Guatemala
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El Sombrero
El sombrero es una prenda aportada por los españoles que se ha modificado para la clase pudiente y generalizado entre los labradores y artesanos. Atravès de las dècadas fuè cambiando tanto el sombrero de fieltro de ala ancha utilizado en el invierno europeo; hasta el sombrero de palma, utilizado en el verano en Europa.
Estuvieron de moda en el siglo XIX y principios del siglo XX, recibiendo el nombre de panderete.
El sombrero fuè adoptado por los Mayas guatemaltecos, especialmente el de copa alta y ala corta pintados de negro, los cuales son utilizados por los cofrades.
Algunos sombreros se decoran con listones, algunos bordados con flores. Se usan diariamente, de forma ceremonial y para festejos especiales.
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El Tzute
El tzute es un pañuelo, paño o mantilla, elaborado generalmente en telar de cintura.
Se utiliza amarrado en la cabeza, bajo el sombrero en las festividades religiosas o civiles, especialmente por los miembros de las cofradìas de las diferentes comunidades.
Las mujeres cofrades lo llevan doblado en el hombro encima del velo tocado.
Tambièn tiene otras utilidades dentro de las ceremonias:
Se utilizan sobre los muebles y estan bordados en ambos lados; como paños de ofrenda, de hombros y andas durante las procesiones.
El tzute tambien es utilizado como servilleta de cofradìa; como ofrenda o para cubrir ofrendas y generalmente es donada por la alcaldesa o por el cofrade. Otros usos son para hacer un anudado que recibe el nombre de tanate o bulto el cual tiene como finalidad envolver compras e incluso llevar cargado a un niño.
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El Tocado
El pelo representa belleza, el tocado realza esa belleza.
El tocado le da al personaje status, jeràrquico, social y religioso.
Desde la època prehispànica, se observan personas tanto femeninas como masculinas en murales, estelas, vasijas y còdices con sus tocados; que dan a conocer su rango dentro de la sociedad.
Los tocados se llaman tocas, cofias o albanegas, bonetes, rollos y sombreros; estos ùltimos traidos a la usansa europea del siglo XV.
En Guatemala los tocados pueden ser llevados con el pelo suelto, recogido, trenzado, con canelones o enrollado. Se complementan con cintas, listones, cordones de lana, tecoyales de tapicerìa y tzutes que se llevan amarrados alrededor de la cabeza de los hombres y en las mujeres se dobla y coloca encima de la cabeza.
Los güipiles se colocan igual que los velos, quedan colgando sobre la espalda siendo el màs reciente el sombrero. Las cintas o tecoyales terminan en pompones o borlas, acordonadas, trenzadas o enlazadas en cadenas.
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Guatemala Bordando Primavera
Definitivamente la època Maya, colonial y el tiempo moderno globalizado, tejen la vida actual en GUATEMALA.
Zonas con espesa selva guardianes de la historia, azulados volcanes y lagos; diversidad de climas y personas, hacen que ejerza un poder fascinante; que nos hace imposible dejar de amarla.
Los descendientes mayas a pesar de estar existiendo en un mundo contrario a su cosmovisiòn, permanecen fieles a su esencia, reforzando repetidamente su identidad, con una conciencia de valores que enriquecen la seguridad en sì mismos. Conviven en su quehacer diario con la cultura ladina, resultado de la fusiòn de los originarios mayas y españoles. Ambos grupos representan al paìs (sin olvidar Xincas y Garìfonas) con el mismo ìmpetu y fuerza, no asì con los mismos derechos; ni el mismo tratamiento entre sì, trato efectuado por los mismos guatemaltecos.
Existen grandes abismos entre estos dos grupos especìficamente. Aunque no todos tienen el tiempo, ni el deseo de reflexionar para notarlo, dominados por el rencor, miedo o deseo de poder y debido a un hàbito; la costumbre convierte a cualquier tratamiento en normal.
La nueva Guatemala està emergiendo por humanos que trabajan intensivamente por el respeto mutuo, sin estar obsesionados por cosas superficiales, ni complejos; sino formando una Guatemala justa. Porque Guatemala somos todos.
Treinta y seis años de guerra concluyeron, donde la mayorìa de vìctimas fueron mayas, firmàndose la paz, pero solo para cerrar un capìtulo del pasado, sin resultados positivos para la poblaciòn necesitada.
Nace una nueva polìtica, otra cultura social, para seguir padeciendo los efectos que dejaron hace màs de cinco siglos la llegada de los conquistadores.
Para las futuras generaciones se presenta un arduo trabajo en la reconstruccion de un paìs sin sombras.
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EL SANADOR
FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.
El templo oloroso a corozo e incienso estaba esa Semana Santa de 1911. Las campanas con su añejo tañer pregonaban el júbilo colectivo.
En el antiguo pueblo había alegría, aunque en el vecino país de México había surgido la Revolución, y según los rumores, podría afectar a Santa Ana Huista.
Jesús Nazareno lucía una nueva túnica, que según decían, era un presente de Pancho Villa. En el retablo del altar mayor afinaban los últimos detalles. Las campanas continuaban llamando a los feligreses, y su voz se derretía en las montañas que avasallan al pueblo encantador.
Los milagros de Jesús eran muchos, y por eso llegaban a adorarle de diferentes lugares, especialmente de México. Ese día, la gente parecía mar en el mar: A las nueve de la mañana, llevada en hombros por los humildes devotos, salió de la parroquia Jesús Nazareno.
La mirada del dulce hijo de Dios hacía que en las almas brotaran jardines pletóricos de cantos divinos. La gente se arrodillaba a su paso y derramaba sus lágrimas. Un inválido que pintaba canas ya, rogó con todo su corazón al sanador volviera a caminar y dejar para siempre sus incómodas muletas.
Cuando la procesión iba por la esquina de la Ronda, donde el inválido se hallaba en oración profunda, Jesús Nazareno lo vio fijamente. Le sonrió y le dijo: “Arroja tus muletas y camina”.
El inválido obedeció y radiante la gente lo vio caminar a la par de la imagen. De boca en boca se divulgó ese suceso.
Esto sucedió en el pueblo religioso y místico de Santa Ana Huista.
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LA SIGUANABA
FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.
El viento cabalgaba libre entre las copas de los árboles. Los ocotes en los jacales vomitaban sus llamas que danzaban al compás de la música de una marimba cuache. La noche de puntillas y descalza caminaba por las calles, como si fuera una ishtía malcriada.
-Sólo la cusha me anima-, se oyó una voz desde adentro de la cantinucha “El Jocosh Amigo”, donde llegaban más moscas que clientes.
-Dejate de babosadas, vos Juan Huista-, se escuchó, seguido de una sonora carcajada.
El reloj del tiempo anunció las ocho.
-Qué vas a saber vos de esas cosas.
-Tenés razón vos Juan Huista. Sólo sé de machete, azadón, mecapal, lazo y de guaro.
Los recuerdos eran un reguero de tizones de roble. Hablaron de ella, de su desaparición extraña.
Cuando Juan Huista la evocaba, un rosario de lágrimas brotaba de sus dos ojos, que más parecían frijoles camaguas.
-Esperame un chachito-, le indicó Juan Huista-, ya regreso. Voy a echarme una mi miada.
Saliendo de ese antro de perdición estaba cuando, por una de las calles empedradas, apareció una mujer vestida de blanco, cuyo rostro tenía oculto.
-Es la María Chirimía-, murmuró emocionado, y se dirigió hacia ella.
-¡María Chirimía! ¡María Chirimía! Gritó a todo pulmón.
La mujer regresó lentamente por donde llegó. El, por supuesto, fue detrás de ella. Una duda de si realmente era ella, le surgió del cerebro como un jocosh enclenque.
Pero cuando vio una cintura esbelta, sus redondas caderas, sus pechos prominentes y todo su cuerpo sensual, la duda se esfumó, como un suspiro.
-¡María Chirimía! ¡María Chirimía!.
En ese lapso, los perros con su aullar lastimero espantaron al sueño que se adormecía profundamente.
Juan Huista se acarició los mechones ralos de bigotes con saliva, y musitó: “Ahora sí te jodo”.
Con un ademán de su fina mano, lo invitó a que la siguiera. El obedeció. Iba camino al cementerio. Eso lo sabía perfectamente, pero no le dio importancia. Ya en el camposanto, ella se detuvo, y él corrió jubiloso a abrazarla.
Cuando la tuvo en sus brazos, ella le dio la cara y cayó aterrorizado al verle la cara de caballo, con sus ojos de fuego.
-La Siguanaba-, pensó antes de desplomarse.
Con los primeros rayos del alba, encontraron su cadáver mutilado, como si una fiera lo hubiera devorado.
-Jue la Siguanaba-, argumentó una anciana que se chupaba las únicas muelas podridas que lucía con orgullo.
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LA TATUANA
FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.
Una furtiva lágrima surgió de sus ojos como jocosh solitario, cuando volvió a recordar su pueblo.
Pero aún mantenía su rostro radiante y angelical.
La nostalgia sacudía su espíritu, y es que, ese sentimiento va absorbiendo nuestra vida, de tal forma que todo parece oscuridad.
Nadie recordaba cuándo había llegado al pueblo. Solo se murmuraba que la habían echado de su tierra porque la señalaban de bruja.
Desde hacía tiempo, era ella el motivo de prolongadas tertulias.
-Qué patoja tan galana.
-Ala usté, no sea así…
-Cómo así.
-Bruto.
-Púchicas.
-Se le va el pájaro de una vez.
-¿Será cierto usté?
-Es la puritita verdá.
La consejera se marchó.
El sorbió un trago y chupó el limón. Y los pensamientos, como parvadas brotaban y alzaban el vuelo.
-Hoy me quito las dudas-, murmuró, y fue en busca de Aurora, que así se llamaba, la supuesta Tatuana.
Una llovizna pertinaz lo sorprendió en el camino. Como iba muy ebrio, se resbaló y cayó en un barranco.
Allá abajo, quedó inconsciente.
Al día siguiente, la desaparición del enamorado de Aurora, creó zozobra. Los pueblerinos culpaban a la joven hermosa, por lo que fue encarcelada.
-Muy calladito-, le dijo Aurora al carcelero.
-Disculpe que no mucho le hable, con la gran soca que me cargo, ni ganas dan-, pretextó el guardián
El silencio levantó su barda.
El carcelero la miró detenidamente. La encontró con la vista perdida en la oscuridad, mientras un lagrimón corría por su rostro.
Su mirada profunda lo cautivó.
-Patoja, ¿qué quiere?
-Hágame un favor, tráigame un poco de tizne.
-Ta güeno.
La noche vagaba por todos los rincones del pueblo, y la nostalgia y la desgracia en el alma de la hermosa Aurora, se revolcaban.
El carcelero le llevó un fragmento de comal tiznado, y se comenzó a dormir. Entonces, la supuesta Tatuana, con una excelente habilidad artística, dibujó una barca, se subió a ella y desapareció.
El carcelero se quedó perplejo del miedo, y perdió el conocimiento.
Muy temprano despertó sobresaltado, y lloró.
-Qué bruto que soy, se me escapó la Tatuana-, se lamentó.
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EL SOMBRERON Y LA NIÑA BONITA
FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.
Cuenta la leyenda, tejida con diferentes colores de voces ancianas, que cuando llegaron los primeros ladinos a Santa Ana Huista, comenzaron a brotar leyendas nuevas y por ende, con diferentes matices. Los ecos de las voces ancianas refieren que durante los primeros años de vida ladina, el Sombrerón se enamoró de una joven de pelo largo, ondulado y azabache.
Todas las noches, cuando la luna con sus ojos fulminantes se asomaba a la ventana del cielo para alumbrar al pueblo solazado, el Sombrerón, Duende, Tzipitío o Tzitzimite, llegaba a la ventana de adobe a cantarle sus misteriosos cantos, uno de los cuales decía más o menos así:
“Sale a tu ventana
a escuchar los cantos
que desde lejanos lares te traigo,
niña de Santa Ana.
Sale a tu rústica ventana
que quiero ver tu figura de cristal,
y tus labios que deseo
y tu cuerpo sensual”.
Cuentan que la joven se embelesaba con las tonadas inéditas, sin importarle quien fuera su pretendiente. Ella, la muchacha más preciosa del pueblo, comenzaba a enamorarse del extraño personaje, que le cautivaba con sus melodías dulces y encantadoras. La madre, al darse cuenta que su hija enflaquecía y empalidecía, comprendió que el Sombrerón se estaba entrometiendo en la vida privada de la niña bonita. Entonces, al darse cuenta que el Sombrerón se la quería ganar, con astucia convenció a la joven enamorada para viajar a Chiapas, México, ya que se negaba a partir, porque no quería perderse ninguna serenata del amante. Dejaron el pueblo viajando en lomo de caballos, por los caminitos que parecían serpientes morenas.
Por la noche, volvió a aparecer el hombrecito vestido de negro, calzando botas de charol, y vanidoso con sus espuelas bulliciosas, y con su enorme sombrero. Tomó su guitarra de garganta más de pájaro que de guitarra, y empezó a entonar una nueva canción, posiblemente una composición escrita especialmente para ella. El aullar escandaloso de los perros era más notorio. Concluyó el último compás, y con alegría inmensa creyó que por fin asomaría la cabeza y nada, absolutamente nada.
Volvió tres noches más y nada, entonces se dio cuenta que ya no vivía ahí, en esa lujosa casa de adobes y techo de tejas, que más parecían rajas de canela aromática. Nadie sabe cómo se enteró de que en Chiapas estaba, quizá lo olfateó, pues dicen que así encuentra a las mujeres que huyen involuntariamente de él. Cuando llegó a Chiapas, a un poblado llamado Coneta, se enteró que el día anterior la habían sepultado, pues había muerto de tristeza. El Sombrerón volvió a las calles santanecas a cantar su desgracia, a llorar su abismal dolor, porque él nunca olvida a las mujeres que ha idolatrado.
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EL CHIAPANECO Y LA SIGUANABA
FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.
EL CHIAPANECO Y LA SIGUANABA
Contaban que un hombre, de origen chiapaneco, llegado durante la Revolución Mexicana, en el año de 1914, era muy mujeriego.
Una noche, alumbrada por la tenue luz de la pálida luna, caminaba bajo las dos frondosas ceibas que firmes se erguían en el centro del pueblo. Cuando ya se dirigía al cantón San Juan, donde vivía, vio que cerca de la pila de sabino mandada a hacer por el Alcalde Municipal, don Timoteo Morales, estaba una mujer de apariencia hermosa: vestida de blanco y de pelo negro muy largo. Su belleza física lo embelesó intensamente. El hombre pícaro se acercó sigilosamente, y ya estando a un paso de ella, comenzó a enamorarla con una canción, cuya música se ignora, mas no la letra, que más o menos decía así:
“Patoja bella,
de esta tierra,
dame tus besos de miel,
porque con ella,
quiero emborracharme para siempre.
Oye mi canto,
canto de mi guitarra y de mi alma,
patoja linda, de Santa Ana”.
Aún no había terminado de entonar su canto, cuando ella, con un movimiento excitante de manos, lo estimuló a que la siguiera, ocultándole su rostro. Él, pensando en ese momento ardiente de amorío, iba detrás de la misteriosa mujer, que dirigía sus pasos a la sombra de las ceibas, donde, aparentemente, darían rienda suelta a sus deseos carnales… Ya muy cerca de las raíces que afloraban de una de las ceibas, ella volteó a verlo, y fue cuando el chiapaneco se dio cuenta que la supuesta mujer bella, tenía cara de caballo. El miedo se apoderó de él, y cayó al suelo. Entonces la Siguanaba le dio una mordida en el rostro, y quiso devorarlo, pero al darse cuenta que unos cazadores se acercaban, huyó lanzando sus gritos espeluznantes. Los cazadores lo auxiliaron, sabiendo que la Siguanaba había intentado matarlo. El pícaro mexicano regresó a su patria antes que los demás, por el miedo a repetir la sombría experiencia.
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EL SOMBRERON DE MONAJIL
FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida
Esa clara mañana olía a perfume de chirimía sagrada.
Y en el horizonte, el sol con su baba de oro, besaba la faz del viento.
-Sos un totoreco.
-¿Por qué?
-Porque anoche te chiveaste.
-Tenés razón Lino.
-Te la van a quitar si seguís así.
-Que la trompa se te tuerza.
En ese preciso momento apareció ella con su viejo canasto.
Era sábado, día de plaza.
-Mirá, más chula amaneció hoy.
-Y arisca.
-Ya ni que fuera yegua.
Su cabello largo azabache parecía bandera luctuosa que el viento peinaba con sus finísimos dedos.
Ella lo fulminó con una mirada y él se sonrojó.
-Andá a acompañarla-, le aconsejó Lino.
-Me puede zarandear el papá.
El día transcurrió sereno y la noche cayó tímidamente.
Esa noche, mientras ella leía una de las tantas cartas que Chano Sincero le había enviado, unos acordes de guitarra aceleraron el palpitar de su corazón.
-Es Chano que me trajo serenata-, musitó excitada.
Cuando el serenatero comenzó a cantar, descubrió que no era Chano, por lo que no se atrevió a abrir la pequeña ventana que daba a la calle.
Sin embargo, el canto misterioso que jamás había escuchado, la emocionó.
-¿Cómo será mi nuevo enamorado?, reflexionó.
Su orgullo le sugirió no salir.
Había transcurrido un mes y ella ya estaba profundamente enamorada del extraño.
Esa noche, cuando la extraña presencia… atormentó a los perros, abrió la ventana cuando concluyó la dulce tonada. Cuando lo vio, soltó una carcajada al ver a aquél hombrecito vestido de negro. Sus pies calzaban botines de charol, los cuales lucían un par de espuelas de oro. Sobre su cabeza, un enorme sombrero de petate que le ocultaba la mitad del rostro. Y al hombro, una guitarra.
-Entrá por la ventana.
El pequeñísimo hombre obedeció.
Desde esa noche, el Sombrerón la visitaba, y antes de entrar por la ventana, le obsequiaba su canto de amor, y su alma inflamada de alegría.
Afuera, el viento parecía un enorme barrilete que se enredaba en la cabellera de los árboles.
Transcurrieron los años, y ella desapareció.
En vano la buscaron.
Unos afirmaban que el duende se la había llevado, otros, que se había marchado para Comalapa, Chiapas, México.
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