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Guatemala

Blog Archives by Category

  • El Peso de las Palabras

     

    Autor invitado: Humberto Ak’abal

     

    Cuando hablès

    pesà tus palabras,

    no vaya a ser

    que tengàs que cargarlas

    y terminès cayèndote debajo de ellas.

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  • Dije lo que he Vivido

     

    Autor invitado: Luis Cardoza y Aragon

     

    No amamos nuestra tierra por grande y poderosa, por débil y pequeña, por sus nieves y noches blancas o su diluvio solar. La amamos, simplemente, porque es la nuestra.

     En su territorio hay una región que es la región de nuestra infancia. Y en tal región, una ciudad o un pueblecillo. En el pueblecillo, una casa. En la casa, cuatro paredes viejas y manchadas, con muebles rústicos hechos por el carpintero de la familia, con árboles que nos dolió verlos abatir. En medio de la casa, una fuente de la cual nunca dejaremos de escuchar el canto.

    Todo se va replegando hasta llegar de la caja más grande a la más pequeña, del mundo a las cuatro paredes de la infancia, hasta la cuna y el ataúd. La tierra que caerá sobre esas cuatro tablas, cuando estemos de vuelta a geranios y quiebracejetes(1)  y nos empinemos en los árboles, es la tierra más dulce que existe. La niñez va corriendo como un arroyo que canta. Remontamos la corriente hasta el manantial. Hasta el amor de nuestros padres. No amamos nuestra tierra por hermosa, por alegre o triste. Por su leyenda o su primitiva felicidad sin historia. La amamos porque es la nuestra. Quiero, quisiera que vieras con ojos de mi niñez, con ojos de tu niñez. Con ojos de la niñez del mundo. Nuestro amor es bello sólo tal otro amor gemelo.

     Anima la quietud de estas páginas, fuego oscuro amasado en el hondón de las entrañas. Huracán sopla para siempre mi brasa y su tibieza de rescoldo se perpetúa. El corazón de lava aún caliente sonríe su noche elemental, donde todavía sueña Kukulkán, desde el ídolo primigenio hasta las muñequitas multicolores de Mixco y las tinajas de Chinautla. Estamos en Guatemala, verde colibrí reluciente. La caja grande y dentro una más pequeña y otra. Otra y otra, hasta llegar a mi pueblo, Antigua Guatemala. Y otra más pequeña, y otra y otra, hasta la casa y mi cuarto de niño. Pongo a mi tierra sobre mis rodillas, en la palma de mi mano. Desde muy alto los ojos podrían abarcar sus límites, contemplarla, como esos pisapapeles de cristal que tienen en el centro un ramo de florecillas dormidas. No es el caso de contemplar lo que no existe. Ni de sólo admirar lo que está allí. Soy vidente, ahora pisamos tierra firme y amo la realidad.

     Los arqueólogos se sumergen en la prehistoria o en la historia, exploran las entrañas de la tierra para encontrar una vasija, un hueso, un vestigio milenario, y no ven nada del mundo de los mercados, de los pueblos, de los sufrimientos que padecen los indios vivos. No sólo los arqueólogos, también los poetas, pintores, músicos, novelistas, se encandilan con el «exotismo» de donde han nacido y se ciegan para toda apreciación objetiva. Hay guatemaltecos que nos ven como los extranjeros y crean una exportable imagen colorida, igual a una vitrina de indios, tan pintoresca que casi justifica las intervenciones. Muchos de ellos ni siquiera adoptan una actitud como la del padre Las Casas, hace 400 años: se han evadido, desertado o detenido en deformaciones sentimentales, artísticas, de los indios remotos, a veces humanitarias, es cierto, pero sin conciencia sociopolítica. Casi sin excepciones, entre los arqueólogos, escritores, investigadores históricos, artistas, traductores de los libros aborígenes, no hay en Guatemala sino dos o tres que a tal vocación hayan unido, en los últimos cien años, consecuente conducta política.

     Hace tiempo, mucho tiempo, había deseado escribir estas páginas. De golpe, se me vinieron mil cosas encima: mi recuerdo tartamudeó en alud amoroso. No me proponía cumplir una misión o pagar una deuda. Todo es más humilde en el fondo, vital e inevitable. Lo de misión o deuda sería pura pedantería. Deseé dar una sensación de Guatemala, de mi Guatemala. Deseé mostrar algo de su vida interior, inocente y sombría. Deseé que luzca, como todos los días, rebozo de colores y trenzas con tocoyales, dibujándola sin que ella lo advierta. Un retrato, con sus grandes aristas solamente. Abocetada con libertad, aprehendida en tres o cuatro rasgos privativos y recónditos, en los cuales está como la siento en mí, silvestre, augusta y enmarañada. Su fervor recogido en estrofas de su crecimiento: monólogos de humo y pirámides de sueño y canto.

     La veo mestiza en su pensar, con barro antiguo del Popol Vuh y musgos de Landívar en un mismo pulso urgente. Indígena en la entraña, donde el corazón resuena entre mantos azules, igual al tun en los pueblecillos cuando celebran la fiesta. Sencilla y segura, camina ataviada como pájaro o reina en la miseria, un niño a la espalda, en harapos sus ropas aborígenes y fatigada la greda categórica del rostro bajo el peso que carga sobre la frente, corona rural de frutos y de flores. Va descalza, rompiéndose los pies por los caminos, la tinaja sobre el hombro, igual a la dulce Ixquic.

     La belleza del cuerpo radica en lo más profundo de la materia: en la conformación y armonía del esqueleto, imagen de la muerte. Sus rasgos resurgen para mí de la viva y mineral estructura escondida, remontando hasta la piel de obsidiana al sol.

     He deseado ofrecerle un testimonio de poesía: exacto de verdad práctica. Un libro de síntesis, de visión general, veloz e inesperado. Placa radiográfica y fotografía aérea al mismo tiempo. Hago una incursión en el ayer, vivo en mi recuerdo, hasta convertirlo en creación, sin celo alguno de desdoro o no sentido encumbramiento. Recojo y subrayo lo que juzgo capital para descubrir y fortalecer la filigrana del origen de nuestro sentimiento de nacionalidad. Amor de la realidad: he pesado a Guatemala sobre las alas de las mariposas, auxiliado siempre por experiencia, cifras y emoción.

     Sin embargo, me siento ante ella como un árbol podado soñando con las flores de sus ramas. Desterrado en mi patria, sin salir de ella, libérrimo, feliz y amante, reencontrada en la realidad y en mis sueños, me tiendo bocarriba, más allá de mi muerte y de la muerte, sumergido en su sentimiento y en su pensamiento. Y desde el Popol Vuh tomo las ruedas dentadas que crearon la noria de la sangre. En su impulso nutren su ímpetu, a veces aun por inercia, muchas otras ruedecillas que de alguna suerte nos sirven asimismo para marcar la hora, para saber quiénes somos y saber adónde vamos. Y me atropello de nostalgia y descubro el cielo de todos los hombres, libre aquí en mi cárcel sin techo, y cuento y reconozco las estrellas, las palpo húmedas sobre mi rostro, descarnado ya, camino del cuarzo, entre la hierba y la tierra, que cegaron mis ojos de color y me llenaron la boca de polen y canciones.

     Ahora recuerdo el origen de estas páginas que son sollozo, alarido y canto. No sólo hay que vivir lo que se escribe sino hay que sufrirlo. Necesidad absoluta de una patria, de mi tierra mía y su imprescindibilidad de función ecuménica. Ansia de clarificación, de forma, para que nuestro metal dé su sonido: estaba yo sentado en lo más alto del Castillo de Chichén Itzá la tarde que llegué por vez primera. Entonces, hace muchos años, sentí, como grano de mostaza, algo de lo que he escrito. Empezaba a germinar en mí. Era yo mismo la semilla. Una semillita sola, pero ya pude palpar raíces milenarias. Sobre las ruinas, el crepúsculo del trópico untaba lumbre atormentada y musgos de oro. El chaparral, asaeteado por faisanes y venados, perdíase en el horizonte hasta el mar.

     

     

     

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  • Caminando…

     

    El corazòn emocionado,

    recobrando la triste esperanza, que se fuga en la rendija del desconsuelo.

    Diversos rostros, màscaras, historias personales.

    Bendiciones en el camino del descalzo,

    del suelo que siente las penas del dìa

    y las preocupaciones del momento.

    Ya cuando se cierra la puerta de luz y anochece,

    surge la esperanza de nuevo

    en el ensueño plateado

    de la sensaciòn alegre de estar vivos

    y……….

    caminar de nuevo.

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  • Hilo de Vida

     

    Hilos de plata, con aroma de luna,

    estallido de hielo con esencia de agua,

    pinos, arcilla, cielo azulado;

    inolvidable olor a patria.

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  • Madre, Padre De La Vida

     

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    A tì sabidurìa divina…….

    Te hablo a tì claridad del cosmos, detràs de los astros,

    fuerza, vida, energìa de todos los ancestros.

    Gracias por la fortaleza, la fuerza capaz de contener la esperanza

    y restablecer la energìa de las almas y los cuerpos.

    Creador, fuente de la vida; madre! padre! de la humanidad

    iluminaciòn te pedimos para aprender de nuestra obscuridad

    para alcanzar la riqueza del balance de conducta y la acciòn.

    Proveènos de un corazòn libre de egoìsmos y repleto de respeto

    para todos los seres que nos acompañan, en la travesìa circular de la vida.

    Gracias! por la lluvia, el sol, la claridad.

    Gracias! porque cada dìa es un despertar, un nuevo nacimiento

    al conocimiento de tu sagrada creaciòn.

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  • Observaciòn y Silencio

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    El formador, el creador tiene diferentes rostros.

    Por eso al practicar la observaciòn en el silencio; lo conocemos, entendiendo sus mensajes para nuestro bien y el de toda la humanidad.

    El universo creado por èl,  està en nosotros y nosotros en èl, sumergidos en el equilibrio de las dualidades humanas.

    Rijlaj Mam (Maximòn) fuè creado por el corazòn del cielo, por el corazòn de la tierra, siendo una divinidad ancestral de nuestros pueblos Mayas.

    Su formaciòn fuè un momento muy especial en la creaciòn del universo.

    El gran abuelo que comprende lo humano y lo divino, protege de manera total a quien lo invoca. Està presente en todas las cosas; conoce a fondo todo lo relacionado a la cosmovisiòn de su pueblo.

    El Ajq’ij Audelino Aq’ab’al  expone que el Popol Wuj  nombra a Rijlaj Mam,  en el momento en que por primera vez nacìa la claridad y antes de ser formado el ser humano,  tenìan que formar a los cuidadores de todo lo creado.

    Hicieron entonces a Saqik’oxol, Kaqik’oxol, a los Sisimit, a los Alux, a los Mam, a los Ixoqaajaw; abuelos mayores o màs antiguos, creados de Tzite’, encargados de cuidar los àrboles, la milpa, las personas, a los pueblos, desde los cuatro puntos cardinales.

    Al crear a los Mam se le diò la existencia al Gran Abuelo Rijlaj Mam, de quien la tradiciòn cuenta que  fuè el primer Ajq’ij, mediador entre lo terrenal  y los Dioses, pues el posee la sabidurìa de lo que se refiere al pasado, presente y  futuro.

    El abuelo Mayor, sabio en la cosmovisiòn, imerso en la espiritualidad de la cultura Maya y de las energìas que rigen el universo y a todos los seres.

    La tradiciòn nos dice que el Gran abuelo Rijlaj Mam despuès de enseñar a las personas todo lo relacionado al tiempo y al balance sobre la faz de la tierra, se fuè a la montaña, quemò  pom, invocò ceremonialmente, tomò miel fermentada  y  desapareciò en la concepciòn del tiempo como duraciòn.

    Hoy vive, èl es el guardiàn, la entidad protectora a travès de toda nuestra historia..

     

    Fuente de datos:

    Enciclopedia Libre (Wikipedia)

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  • Crònicas de la tierra sin mal…

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    Autor invitado: Opyguas – Lideres Espirituales

     

    La llave para la libertad no está en las armas. Está en la educación, la cultura, la investigación…

    Aprender fue primero que enseñar. Enseñar correctamente es crear condiciones para producir conocimiento nuevo.

    El que enseña aprende, y también, quien aprende enseña. Enseñar no existe sin aprender.

    Nuestro conocimiento es incompleto, inacabado y debemos aprender permanentemente.

    Al reconocer esto nos volvemos educables. Lo que nos hace educables no es la educación, sino reconocer lo inconcluso de nuestro conocimiento…

    La vida es un camino a largo plazo, en la que tu eres maestro y alumno; unas veces te toca enseñar; todos los días te toca aprender…

     

    La libertad se educa con libertad, la solidaridad con la solidaridad y la igualdad con la igualdad.

     

     

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