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diciembre 2013

  • Ak’ab’al

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    Cantan los lirios en la montaña

    esperando con ansia el amanecer

    suspiran las estrellas con su canto

    vistiendo de gala al astro sol.

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  • Cambio

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    En el rescoldo del fuego, nace la ternura

    agazapada en un amanecer supremo

    de nardos de sol y espuma de mar.

    Sediento de hoja traviesa

    en un otoño que muere, para volver a nacer.

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  • Admirando La Vida

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    Penetra la luz en la ventana Maya,

    su linaje abre los brazos

    extendidos hacia el cielo,

    inundando la aurora de dìa………

    salpicada de flores y un refajo

    dispuesto a la vida………

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  • Perpleja

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    Sin comprender el silencio de tu boca

    ni el murmullo roto de mis labios

    sueño el momento de que emerjan

    los sonidos en palabras,

    como trinos musicales de  la aurora.

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  • EL SANADOR

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    FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.

     

    El templo oloroso a corozo e incienso estaba esa Semana Santa de 1911. Las campanas con su añejo tañer pregonaban el júbilo colectivo.

    En el antiguo pueblo había alegría, aunque en el vecino país de México había surgido la Revolución, y según los rumores, podría afectar a Santa Ana Huista.

    Jesús Nazareno lucía una nueva túnica, que según decían, era un presente de Pancho Villa. En el retablo del altar mayor afinaban los últimos  detalles.  Las campanas continuaban llamando a los feligreses, y su voz se derretía en las montañas que avasallan al pueblo encantador.

    Los milagros de Jesús eran muchos, y por eso llegaban a adorarle de diferentes lugares, especialmente de México. Ese día, la gente parecía  mar en el mar: A las nueve de la mañana,  llevada en hombros por los humildes devotos, salió de la parroquia Jesús Nazareno.

    La mirada del dulce hijo de Dios hacía que en las almas brotaran jardines pletóricos de cantos divinos. La gente se arrodillaba a su  paso y derramaba sus lágrimas. Un inválido que pintaba canas ya, rogó con todo su corazón al sanador  volviera a caminar y dejar para siempre sus incómodas  muletas.

    Cuando la procesión iba por la esquina de la Ronda, donde el inválido  se hallaba en oración profunda, Jesús Nazareno lo vio fijamente. Le  sonrió  y le dijo: “Arroja tus muletas y camina”.

    El inválido  obedeció y radiante la gente lo vio caminar a la par de la imagen. De boca en boca  se divulgó ese suceso.

    Esto sucedió en el pueblo religioso y místico de Santa Ana Huista.

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  • LA SIGUANABA

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    FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.

     

    El viento cabalgaba libre entre las copas de los árboles. Los ocotes en los jacales vomitaban sus llamas que danzaban al compás de la música de una marimba cuache. La noche de puntillas y descalza caminaba por las calles, como si fuera una ishtía malcriada.

     

    -Sólo la cusha  me anima-,  se oyó una voz desde adentro de la cantinucha  “El Jocosh Amigo”, donde llegaban más moscas que clientes.

    -Dejate de babosadas, vos Juan Huista-, se escuchó,  seguido de una sonora carcajada.

     

    El reloj del tiempo anunció las ocho.

     

    -Qué vas a saber vos de esas cosas.

    -Tenés razón vos Juan Huista. Sólo sé de machete, azadón, mecapal, lazo y de guaro.

     

    Los recuerdos eran un reguero de tizones de roble.  Hablaron de ella, de su desaparición extraña.

    Cuando Juan Huista la evocaba, un rosario de lágrimas brotaba de sus dos ojos, que más parecían frijoles camaguas.

    -Esperame un chachito-, le indicó  Juan Huista-, ya regreso. Voy a echarme una mi miada.

     

    Saliendo de ese antro de perdición estaba cuando, por una de las calles empedradas, apareció una mujer vestida de blanco, cuyo rostro tenía oculto.

     

    -Es la  María Chirimía-, murmuró emocionado, y se dirigió hacia ella.

     

    -¡María Chirimía! ¡María Chirimía!  Gritó  a todo pulmón.

     

    La mujer regresó lentamente por donde llegó.  El,  por supuesto, fue detrás de ella. Una duda de si realmente era ella,  le surgió del cerebro como un jocosh enclenque.

    Pero cuando vio una cintura esbelta,  sus redondas caderas, sus pechos prominentes   y todo su  cuerpo sensual,  la duda se esfumó,  como un suspiro.

     

    -¡María Chirimía! ¡María Chirimía!.

     

    En ese lapso, los perros con su aullar lastimero espantaron al sueño que se adormecía profundamente.

    Juan  Huista se acarició los mechones ralos de bigotes con saliva,  y musitó: “Ahora sí te jodo”.

    Con un ademán de su fina mano, lo invitó a que la siguiera. El obedeció. Iba  camino al cementerio. Eso lo sabía perfectamente, pero no le dio importancia. Ya en el camposanto,  ella se detuvo, y él corrió jubiloso a abrazarla.

    Cuando la tuvo en sus brazos, ella le dio la cara y cayó aterrorizado al verle la cara de caballo,  con sus ojos de fuego.

     

    -La Siguanaba-, pensó antes de desplomarse.

     

    Con los primeros rayos del alba, encontraron su cadáver mutilado, como si una fiera lo hubiera devorado.

     

    -Jue la Siguanaba-, argumentó una anciana que se chupaba las únicas muelas podridas que lucía con orgullo.

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  • LEYENDA DE LOS BRUJOS DE HUISTA

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    FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.

     

    Antiguamente, las tierras prodigiosas de Santa Ana Huista estaban  poblabas de plantas medicinales, utilizadas por nuestros antepasados. Entre ellas estaban el árnica, huele de noche, hierba del zorro, ruda, hinojo, flor morada, verbena, cola de caballo, por citas algunas.

    En esa época era normal hablar de los brujos, y existía gran cantidad de ellos.

    Narra la leyenda que una vez, la hija de un ladino enfermó gravemente y que el pesimismo pesaba, porque no encontraban cura para su mal.  Refiere la leyenda que el padre  amenazó con quemar vivos  a los brujos  si no la salvaban de la muerte.

    Agrega la leyenda que los brujos le temían al ladino porque sabían que cumplía con lo que prometía; entonces, todos se reunieron para buscar una pronta solución.

    Un brujo de otro pueblo les  dijo que una hierba que se encontraba  escasamente en las altas montañas, era el único medicamento  que existía. Narra la leyenda que los brujos se convirtieron en aves para encontrar lo más pronto posible ese  herbaje, ya que el tiempo se esfumaba muy rápido. Día  y noche buscaban los brujos esa planta y todo era en vano. Para desgracia de  todos, la bella joven murió y el padre enfurecido, comenzó a buscar a los brujos para cumplir con su amenaza. Los hechiceros,  al enterarse de lo sucedido, decidieron quedarse como aves, pues así no serían severamente castigados.

    Concluye la leyenda diciendo que jamás se supo más de ellos, los brujos convertidos en zopilotes.

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  • LA TATUANA

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    FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.

     

    Una furtiva lágrima surgió de sus ojos como jocosh solitario,  cuando  volvió a recordar su pueblo.

    Pero aún mantenía su rostro radiante y angelical.

     

    La nostalgia sacudía su espíritu, y es que, ese sentimiento va absorbiendo nuestra vida, de tal forma que todo parece oscuridad.

     

    Nadie recordaba cuándo había llegado al pueblo. Solo se murmuraba que la habían echado de su tierra porque la señalaban de bruja.

     

    Desde hacía tiempo, era ella el  motivo de prolongadas tertulias.

     

    -Qué patoja tan galana.

    -Ala usté,  no sea así…

    -Cómo así.

    -Bruto.

    -Púchicas.

    -Se le va el pájaro de una vez.

    -¿Será cierto usté?

    -Es la puritita verdá.

     

    La consejera se marchó.

    El  sorbió un trago y  chupó el limón. Y los pensamientos, como parvadas brotaban y alzaban el vuelo.

     

    -Hoy me quito las dudas-, murmuró,  y fue en busca de Aurora, que así se llamaba, la supuesta Tatuana.

     

    Una llovizna pertinaz lo sorprendió en el camino. Como iba muy ebrio, se resbaló  y cayó en un barranco.

    Allá abajo, quedó inconsciente.

     

    Al  día siguiente, la desaparición del enamorado de Aurora, creó zozobra.  Los pueblerinos culpaban a la joven hermosa, por lo que fue encarcelada.

     

    -Muy calladito-, le dijo Aurora al  carcelero.

    -Disculpe que no mucho le hable, con la gran soca que me cargo, ni ganas dan-, pretextó el guardián

     

    El silencio levantó su barda.

     

    El carcelero la miró detenidamente. La encontró con la vista perdida en la oscuridad,  mientras un lagrimón corría por su rostro.

     

    Su mirada profunda lo cautivó.

     

    -Patoja, ¿qué quiere?

    -Hágame un favor, tráigame un poco de tizne.

    -Ta güeno.

     

    La noche vagaba por todos los rincones del pueblo, y la nostalgia y  la desgracia en el alma de la hermosa Aurora, se revolcaban.

     

    El carcelero le llevó un fragmento de comal  tiznado, y se comenzó a dormir. Entonces, la supuesta Tatuana, con una excelente habilidad artística, dibujó una barca, se subió a ella y desapareció.

    El carcelero se quedó perplejo del miedo, y perdió el conocimiento.

     

    Muy temprano despertó sobresaltado, y lloró.

     

    -Qué bruto que soy, se me escapó la Tatuana-, se lamentó.

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  • EL SOMBRERON Y LA NIÑA BONITA

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    FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.

     

    Cuenta la leyenda, tejida con diferentes colores de voces ancianas,  que cuando llegaron los primeros ladinos a  Santa Ana Huista,  comenzaron  a brotar leyendas nuevas y por ende, con diferentes matices.  Los ecos de las  voces ancianas refieren  que durante los primeros años de vida ladina,  el Sombrerón se enamoró de una joven de pelo largo, ondulado y azabache.

    Todas las noches, cuando la luna con sus ojos fulminantes se asomaba a la ventana del cielo para alumbrar al pueblo solazado, el Sombrerón,  Duende, Tzipitío o Tzitzimite,   llegaba a la ventana de adobe a cantarle sus misteriosos cantos, uno de los cuales decía más o menos así:

    “Sale a tu ventana

    a escuchar los cantos

    que desde lejanos lares te traigo,

    niña de Santa Ana.

     

    Sale a tu rústica ventana

    que quiero ver tu figura de cristal,

    y tus labios que deseo

    y tu cuerpo sensual”.

     

    Cuentan que la joven se embelesaba con las tonadas inéditas, sin importarle quien  fuera su pretendiente. Ella, la muchacha más preciosa del pueblo, comenzaba a enamorarse del  extraño personaje, que le cautivaba con sus melodías dulces  y  encantadoras. La madre,  al darse cuenta que su hija enflaquecía y empalidecía, comprendió que el Sombrerón se estaba entrometiendo  en la vida privada de la niña bonita.  Entonces, al darse cuenta que el Sombrerón se la quería ganar, con astucia convenció a la joven  enamorada  para viajar a Chiapas, México, ya que se negaba a partir, porque no quería perderse ninguna serenata del  amante. Dejaron el pueblo viajando en lomo de caballos, por los caminitos que parecían serpientes morenas.

     

    Por la noche, volvió a aparecer el hombrecito vestido de negro, calzando botas de charol, y vanidoso con sus espuelas bulliciosas, y con su enorme sombrero. Tomó su guitarra  de garganta más de pájaro que de guitarra, y empezó a entonar una nueva canción, posiblemente una composición escrita especialmente para ella. El aullar escandaloso de los perros era más notorio. Concluyó el último compás,  y con alegría inmensa creyó que  por fin  asomaría la cabeza y nada, absolutamente nada.

    Volvió tres noches más y nada, entonces se dio cuenta que ya no vivía ahí, en esa lujosa casa de adobes y techo de tejas,  que más parecían rajas de canela aromática. Nadie sabe cómo se enteró de que en Chiapas estaba, quizá lo olfateó, pues dicen que así encuentra a las mujeres que huyen involuntariamente de él. Cuando llegó a Chiapas, a  un poblado llamado Coneta, se enteró  que el día  anterior la habían sepultado, pues había muerto  de tristeza.  El Sombrerón volvió a las calles santanecas a cantar su desgracia, a llorar su abismal dolor,  porque él nunca olvida a las mujeres que ha idolatrado.

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  • EL CHIAPANECO Y LA SIGUANABA

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    FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.

     

    EL CHIAPANECO Y LA SIGUANABA

     

    Contaban  que un hombre, de origen chiapaneco, llegado durante la Revolución Mexicana,  en el año de 1914, era muy mujeriego.

    Una noche, alumbrada por la tenue luz de la pálida luna, caminaba bajo las dos frondosas ceibas que firmes se erguían en el centro del pueblo. Cuando ya se dirigía al cantón   San Juan, donde vivía, vio que cerca de la pila de sabino mandada a hacer por el Alcalde Municipal, don Timoteo Morales, estaba  una mujer de apariencia hermosa: vestida de blanco y de pelo negro muy largo. Su belleza física lo embelesó intensamente. El hombre pícaro se acercó sigilosamente,  y ya estando a un paso de ella, comenzó a enamorarla con una canción,  cuya  música se ignora, mas no la letra, que más o menos decía así:

     

    “Patoja bella,

    de esta tierra,

    dame  tus besos de miel,

    porque con ella,

    quiero emborracharme para siempre.

     

    Oye mi canto,

    canto de mi guitarra y de mi alma,

    patoja linda, de Santa Ana”.

     

    Aún no  había terminado de entonar su canto, cuando ella,  con un movimiento excitante de manos,   lo estimuló a  que la siguiera, ocultándole  su rostro. Él,  pensando en ese momento ardiente de amorío, iba detrás de la misteriosa mujer, que dirigía sus pasos a la sombra de las ceibas, donde, aparentemente,  darían rienda suelta a sus deseos carnales… Ya muy cerca de las raíces que afloraban de una de las ceibas, ella volteó a verlo,  y  fue cuando el chiapaneco se dio cuenta  que la supuesta mujer bella, tenía cara de caballo. El  miedo se apoderó de él,  y cayó al suelo.  Entonces la Siguanaba  le dio una mordida en el rostro, y quiso devorarlo, pero al darse cuenta  que unos cazadores se acercaban, huyó lanzando sus  gritos espeluznantes. Los cazadores lo auxiliaron, sabiendo que la Siguanaba había intentado matarlo. El  pícaro mexicano regresó a su patria antes que los demás, por el miedo a repetir la sombría experiencia.

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