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Juan Huista

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  • LA SIGUANABA

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    FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.

     

    El viento cabalgaba libre entre las copas de los árboles. Los ocotes en los jacales vomitaban sus llamas que danzaban al compás de la música de una marimba cuache. La noche de puntillas y descalza caminaba por las calles, como si fuera una ishtía malcriada.

     

    -Sólo la cusha  me anima-,  se oyó una voz desde adentro de la cantinucha  “El Jocosh Amigo”, donde llegaban más moscas que clientes.

    -Dejate de babosadas, vos Juan Huista-, se escuchó,  seguido de una sonora carcajada.

     

    El reloj del tiempo anunció las ocho.

     

    -Qué vas a saber vos de esas cosas.

    -Tenés razón vos Juan Huista. Sólo sé de machete, azadón, mecapal, lazo y de guaro.

     

    Los recuerdos eran un reguero de tizones de roble.  Hablaron de ella, de su desaparición extraña.

    Cuando Juan Huista la evocaba, un rosario de lágrimas brotaba de sus dos ojos, que más parecían frijoles camaguas.

    -Esperame un chachito-, le indicó  Juan Huista-, ya regreso. Voy a echarme una mi miada.

     

    Saliendo de ese antro de perdición estaba cuando, por una de las calles empedradas, apareció una mujer vestida de blanco, cuyo rostro tenía oculto.

     

    -Es la  María Chirimía-, murmuró emocionado, y se dirigió hacia ella.

     

    -¡María Chirimía! ¡María Chirimía!  Gritó  a todo pulmón.

     

    La mujer regresó lentamente por donde llegó.  El,  por supuesto, fue detrás de ella. Una duda de si realmente era ella,  le surgió del cerebro como un jocosh enclenque.

    Pero cuando vio una cintura esbelta,  sus redondas caderas, sus pechos prominentes   y todo su  cuerpo sensual,  la duda se esfumó,  como un suspiro.

     

    -¡María Chirimía! ¡María Chirimía!.

     

    En ese lapso, los perros con su aullar lastimero espantaron al sueño que se adormecía profundamente.

    Juan  Huista se acarició los mechones ralos de bigotes con saliva,  y musitó: “Ahora sí te jodo”.

    Con un ademán de su fina mano, lo invitó a que la siguiera. El obedeció. Iba  camino al cementerio. Eso lo sabía perfectamente, pero no le dio importancia. Ya en el camposanto,  ella se detuvo, y él corrió jubiloso a abrazarla.

    Cuando la tuvo en sus brazos, ella le dio la cara y cayó aterrorizado al verle la cara de caballo,  con sus ojos de fuego.

     

    -La Siguanaba-, pensó antes de desplomarse.

     

    Con los primeros rayos del alba, encontraron su cadáver mutilado, como si una fiera lo hubiera devorado.

     

    -Jue la Siguanaba-, argumentó una anciana que se chupaba las únicas muelas podridas que lucía con orgullo.

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  • JUAN HUISTA Y LA LLORONA

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    FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.

     

     

    El pueblo de Santa Ana Huista que es un pentagrama oloroso a primavera, despertaba perezosamente ese día, mientras en Agua Zarca,  Juan Huista la buscaba…

    Hacía tres días se había marchado sin saber porqué…

     

    En la cabeza de Juan Huista peregrinaban  muchas ideas.

    Quería hacer  retroceder el tiempo para no cometer los mismos errores.

    -Soy un dundo. No le gustaba que yo me atacara de guaro-, pensó,  y luego lloró largamente, con un llanto quedito.

    En Lop le dijeron que la habían visto del brazo de un muchacho de Monajil,  y fue hasta entonces cuando, en el fondo más íntimo de sí mismo, germinó la más negra tristeza, por lo que emprendió el viaje a Huista* a consumir licor en la cantina “Los Chucules”.

    -Ahora, sólo la cusha me va a tranquilizar-, murmuró.

    Su corazón ya era un nido de tristeza.

     

    Cuando llegó al pueblo, la noche comenzaba a caer como ennegrecido telón de teatro tenebroso. Y bajo la sombra tutelar  de una de las ceibas, encontró a su compadre Pedro Ixim, quien, no está de más decirlo, siempre llevaba su tecomate rebosante de aguardiente.

    -¿Por qué está tristeando compadrito?

    -Si supiera porqué-, respondió sollozando Juan Huista.

     

    En la cantina “Los Chucules” consumieron licor.

    A las once de la noche, Pedro Ixim enfiló por la calle Real, con destino a su rancho, y Juan Huista se quedó bajo la sombra de una de las dos ceibas, paladeando un sabroso recuerdo,  y platicando con la nostalgia. Mientras  tanto, los pájaros, con racimos de cantos, ofrecían  sus trinos,  en las vigorosas ramas del árbol nacional.

    Lloraba. Se lamentaba. Y las sombras nocturnas, como nefastos zanates, anunciaban un suceso espeluznante.

    A eso de la medianoche, divisó a una  hermosa mujer que corría enloquecida, lanzando sus alaridos y él, poseído por un escalofrío, solo alcanzó a decir: ¡Es la Llorona!, y perdió el sentido.

    Al siguiente día,  lo encontraron agonizando.

     

    *Llamo Huista, a Santa Ana Huista, porque personas de otros pueblos y del mismo pueblo,  lo denominan así desde tiempos remotos,  por ser el primer poblado denominado Huista.

     

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