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    Charles Eastman

    “… Guarda tu lengua en la juventud y en la vejez quizá madures un pensamiento que sea de utilidad a tu pueblo”. Charles Eastman

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  • Nostalgia

    Busquè el color de mi pueblo, el color de sus ojos

    la virtud de sus campos de milpa, en paisajes de rocas heladas

    en rostros diferentes, en cultos extraños, con luz o con sombras.

    Busquè su aroma de tierra mojada, su sol, su sed de desierto

    Busquè hoy; su dolor sombrìo, su amor profundo de ocèano

    Lo busquè afuera, en todos los caminos, en mi tristeza

    Sin imaginar que siempre me acompaña, que nunca me deja

    que el color lo llevo dentro, en mi corazòn tibio, sereno

    lleno de luz… repleto de aurora.

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  • Pueblo

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    Se viò en la madrugada el espìritu del pueblo

    su sombra,  silueta, nostalgia escondida,

    a la rivera del rìo, donde se une al lago el azul del cielo

    donde la comunidad brilla, como agua cristalina;

    unida a la flor y al rocìo vespertino

    con su frescura de èbano a la sombra de  ceiba

    con sonidos de bosque, de hojas y chasquido de gente,

    Vestido de blanco……………………camina…………….

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  • Dìa de los Santos en Santa Ana Huista, Huehuetenango 2

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    Autor Invitado: Elder Exvedi Morales Mèrida

     

    Son las siete de la mañana del 1 de noviembre, y  la fiesta   florece, como pascua, como canción que retoña  en los labios de la marimba milenaria.

    Tío Chema, Juan de Dios, John, Juan Huista y Pedro Ixim están frente a un panteón sencillo, humilde y olvidado entre la maleza. Leen con suma curiosidad un epitafio escrito en un pedazo de madera:

    “He aquí las cenizas de un apátrida,  del extranjero en su propia tierra, escuchando la música más dulce del silencio. He aquí las cenizas de un  errante, del forastero en su propia tierra, el que aprendió a reírse de él mismo, y de los demás”.

    -Me gusta ese epitafio-, asevera Juan de Dios.

    -Cada verso encierra verdades oceánicas-, responde tío Chema.

    -¿Quién yace ahí, en esa humilde tumba?-, pregunta John.

    Y tío Chema, con los ojos llenos de lágrimas y la voz llorosa, responde: Un poeta, un extranjero en su propia tierra, un hombre valiente que desnudaba verdades, que arrancaba máscaras de hipocresía y ponía el dedo en la llaga; un bardo valeroso que señalaba la podredumbre de la sociedad de doble moral y le escupía la cara a los religiosos que comercian con la fe. Un defecto de la sociedad, como decían casi todos, porque  él no callaba ante las injusticias, porque decía lo que pensaba, lo que sufría, lo que le hacía feliz. Un gran hombre, con los huevos bien puestos, porque  le decía sus verdades a los politiqueros que se cagan en la dignidad de la gente. Un poeta, amigo John, objeto de humillaciones, egoísmos y envidias. Un hombre que tuvo el privilegio de pararse frente a sí mismo con dignidad. Un trovador que tuvo el privilegio de charlar con Cristo. Un humilde poeta que murió a manos de su propio pueblo…como sucede casi siempre…

    Y tío Chema ya no pudo continuar con la explicación, porque la garganta se le inundó de llanto y los ojos de mares…

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  • Qachak Qapatan Ri qab’antajik Ajq’ijab’

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    Autor invitado:

    Ajq’ij Apab’yan Tew

     

     

    Nab’e

    Hace varios años, cuando aún solía atender invitaciones de parte de grupos dedicados a la ‘espiritualidad’ -grupos en realidad urbanos y conformados por personas de distintas ‘tradiciones’ y corrientes, profesiones y edades-, recibí una carta muy amable donde se me hacía partícipe de un evento extraordinario.

     

    Papel fino, impecable impresión. Decía allí que ‘Jefes y Autoridades de distintas naciones indígenas’, se reunirían en cierto lugar ‘energético’ para hablar de  cosmovisiones nativas y ‘unificar’ entre todos, un criterio de acción para desarrollar estrategias de lucha que, como hermanos e hijos del Sol, se debían emprender ya, en contra del embate nocivo de las sociedades industrializadas. Sí, he de decir que me extrañó un poco la afirmación de ‘hijos del Sol’ y también, otro tanto, me extrañó la lectura de que ‘Jefes y Autoridades’, cuya identidad no aparecía en ningún lado, iban, esta vez sí, a hablar a nombre de su pueblo.

     

    “Los fondos recaudados serán donados a pueblos indígenas”.

     

    Cosmovisión. Dondequiera se escucha ahora, cosmovisión. Está en todas partes cuando se habla de los Maya. Cuando se habla de las naciones originarias. Cuando se habla de profetas y jefes ancianos, líderes, actores activos o pasivos a los que no se les ha dado la oportunidad de hablar cabalmente. Cosmovisión suena grave. Latente. Es una palabra que parece venir acompañada de historias de fundación y sonajas y tambores y piras ceremoniales con espíritus rondando y hablando sólo a los elegidos para transmitir un mensaje trascendental. ‘Cosmovisión indígena’, ahora, llena foros enteros.

     

    Inmediatamente decliné, rechacé la invitación telefónicamente. Recibí otra carta por mensajería privada, sólo unas horas después. “Necesitamos la voz de los Mayas”, insistía. En fin, me la creí. Aún ahora, tiempo después, no tengo nada en contra de nadie y cada acto posible, en la interacción humana, podría ser un nodo nuevo de entendimiento global y un nodo nuevo encaminado a distintos propósitos, sean estos personales o, lo mejor, interpersonales. Cándido, neutro, asistí.

     

    No diré dónde ni con quienes estuve.

     

    El amanecer fue espectacular como lo son todos y ya, antes de la salida del Sol, cantaban y hablaban y murmuraban los hermanitos, muchos ellos, en las ramas de un árbol pequeño que estaba localizado exactamente atrás de donde se me había hospedado. A mí me tocó estar en el ala sur de una construcción. Un ala que pertenecía a una inmensa construcción hecha en el medio del desierto. Hacía frío allí pero ni a mí ni a los pajaritos del árbol, ni a los cocineros ni ayudantes, nos había importado lo mínimo. Algo sí me extraño, ¿dónde habían hospedado a los ‘Jefes y Autoridades’? Evidentemente, tenía ganas de dialogar ampliamente con ellos.

     

    Debo aclarar acá que, cuando llegamos todos, horas atrás, nadie pudo ver gran cosa y realmente nadie pudo verse del todo. La llegada de la noche nos había impedido hacer salutación alguna. Una tercera carta, entregada al momento, nos indicaba dónde debíamos pernoctar. Seguí las instrucciones que se asignaron y, por educación, no hice ya nada más. En mi habitación, limpia, sencilla, abrí mi maleta y agradecí por mi camino y buen arribo antes de dormir.

     

    Eso sí, con muy poca luz, cuando llegué, calculé la dimensión de las distintas áreas. Había una como casa central, una como cabaña, una como construcción de madera muy bien hecha ella y muy como en el centro. Desde allí y sirviendo como eje central, había un ala norte, un ala sur y se notaba un espacio extra, muy, muy hacia atrás, que parecía servir de bodega.

     

    Salió el Sol. Gran Padre. En medio de un desierto, comenzaba a ser difícil pensar que nos cobijaba, de cierto, nos abrasaba. Cada uno de sus bigotes nos tocaba muy fuerte y miré que a todos, menos a mí, les incomodaba. Había, en la gran explanada de la construcción del medio del desierto, pocos árboles donde mantenerse en sombra. Allí quizá, podría encontrar a los posibles jefes y autoridades pero había que respetar una agenda y un plan y un programa a seguir. Así que no pregunté nada.

     

    Llegó la hora. Salió la mayoría de la gente de su refugio y, para gusto de la presentación, grandes nubes comenzaron a arremolinarse encima de nosotros. Eran nubes enormes pero algo dispersas que, con un poco de Viento alto, comenzaron a juntarse. Como que platicaban entre sí y se unían, cada vez más, para escucharse mejor. Horas después del discurso de bienvenida, las nubes ya estaban bien juntitas, ya eran una sola masa uniforme que comenzaba a oscurecerse como si su plática, en sí, fuese un gran secreto.

     

    Finalmente presentaron a los jefes y autoridades -a la fecha, no sé de donde llegaron. Native indians, se recalcó. Uno a uno, menos el Maya en medio de la multitud, hablaron de su causa, de sus cosas. Citaron saber a quién, a saber quiénes y a saber a cuántos pero, arriba, en las nubes, ya se había gestado una tormenta.

     

    Va a llover, sentí. Va a llover bien fuerte.

     

    Siguieron los discursos. Comenzó a hablar el Cielo pero nadie le prestaba atención. Palabras de amor y virtud, eran más fáciles de entender y desatender allá, en el podio. En el Cielo, serpientes estelares iban y venían del sur y hacia el norte pero sólo se veía su luz, no había nada más. Estaba todo en silencio.

     

    Tocó finalmente, mi turno. Ya los jefes y autoridades estaban cansados, ya todos con hambre. Ya todos en desolación e insolación después de escuchar duro y dale que sí, que sí, que hay que luchar, que sí, que sí, que hay que unirse, que sí, que sí, que hay que pensar que todos somos hermanos, que sí, que sí, que se debe construir un mundo mejor.

     

    Habló el Cielo antes que yo y antes de que me dieran un micrófono. En el medio del chaparral desértico, una voz fuerte, grave y metálica que hizo vibrar la Tierra, cayó cerca de nosotros, atrás de nosotros todos. Desde allí mismo, un Viento suave comenzó a surcar entre los matorrales cercanos. Repentinamente la luz del día no era la misma. La Tierra no era la misma. Los hermanitos, presentes desde el amanecer, ya no cantaban, ni hablaban ni murmuraban, ni siquiera habían volado cerca desde horas atrás.

     

    Y entonces, la presentadora del programa dijo apresuradamente a los jefes y autoridades, emplumados y barbudos, kaxlan y ladinos en sí: -ha llegado hasta nosotros, por primera vez, la Palabra de un gran jefe Maya. Ha llegado hasta nosotros, la Palabra de un representante de una gran nación que nos ha dado las más claras profecías. ¡Uff!, -hasta ahora lo decís, pensé y me recriminé. Ella hablaba con ganas de acabar pronto ya que la lluvia comenzaba a caer con gotas cada vez más grandes. -Ha llegado para hablarnos, ¡un gran indigente Maya!, gritó con euforia.

     

    ¡Un gran indigente Maya!, repitió, como esperando aplausos.

     

    Una persona del staff, sorprendida, le corrigió soplándole en la oreja: -no se dice indigente, se dice indígena. Y, para sorpresa de algunos, iniciadas e iniciados y seres de luz, chamanes y sanadoras, la presentadora respondió muy enojada por haber sido corregida: -y qué, ¿no es lo mismo?

     

     

    La lluvia antes tímida, ahora llegó acompañada de fuertes ráfagas de Viento y polvo y luz en violencia. Comenzaron a inundar todo posible espacio, quisieron y se dieron la gana de colar en toda ropa ceremonial, en toda pluma, en todo exótico tocado. Volaron y trastocaron todo cuanto pudieron y empujaron, a jefes y autoridades kaxlanes y ladinos maquillados de indios, hacia muchos refugios. Eso sí, ellos, por indicación de una carta especial reservada a los ‘principales’, no osaron irse hacia la cabaña central, no al epicentro del centro, centro. No al núcleo. Allí se estaba contando la plata.

     

    El indigente e indígena Maya -que para ellos vino siendo lo mismo-, dejó el micrófono de lado. No tenía caso. No había con quién hablar, ya se habían ido todos. De viva voz y desde mi cosmovisión, me tocó agradecer el momento, la Luz y la Oscuridad intermitentes. El Viento y la Tormenta. El Viento y el Frío, la Nube y la Neblina que nos hacen siempre posibles.

     

    -Maltiöx b’a la KajUlew, ‘gracias a usted CieloTierra’, dije en voz alta. Y esa fue toda mi participación. A la mañana siguiente, partí por mi propia cuenta.

     

     

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  • LA TATUANA

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    FUENTE: Leyendas de Santa Ana Huista, Huehuetenango, Guatemala. Elder Exvedi Morales Mérida.

     

    Una furtiva lágrima surgió de sus ojos como jocosh solitario,  cuando  volvió a recordar su pueblo.

    Pero aún mantenía su rostro radiante y angelical.

     

    La nostalgia sacudía su espíritu, y es que, ese sentimiento va absorbiendo nuestra vida, de tal forma que todo parece oscuridad.

     

    Nadie recordaba cuándo había llegado al pueblo. Solo se murmuraba que la habían echado de su tierra porque la señalaban de bruja.

     

    Desde hacía tiempo, era ella el  motivo de prolongadas tertulias.

     

    -Qué patoja tan galana.

    -Ala usté,  no sea así…

    -Cómo así.

    -Bruto.

    -Púchicas.

    -Se le va el pájaro de una vez.

    -¿Será cierto usté?

    -Es la puritita verdá.

     

    La consejera se marchó.

    El  sorbió un trago y  chupó el limón. Y los pensamientos, como parvadas brotaban y alzaban el vuelo.

     

    -Hoy me quito las dudas-, murmuró,  y fue en busca de Aurora, que así se llamaba, la supuesta Tatuana.

     

    Una llovizna pertinaz lo sorprendió en el camino. Como iba muy ebrio, se resbaló  y cayó en un barranco.

    Allá abajo, quedó inconsciente.

     

    Al  día siguiente, la desaparición del enamorado de Aurora, creó zozobra.  Los pueblerinos culpaban a la joven hermosa, por lo que fue encarcelada.

     

    -Muy calladito-, le dijo Aurora al  carcelero.

    -Disculpe que no mucho le hable, con la gran soca que me cargo, ni ganas dan-, pretextó el guardián

     

    El silencio levantó su barda.

     

    El carcelero la miró detenidamente. La encontró con la vista perdida en la oscuridad,  mientras un lagrimón corría por su rostro.

     

    Su mirada profunda lo cautivó.

     

    -Patoja, ¿qué quiere?

    -Hágame un favor, tráigame un poco de tizne.

    -Ta güeno.

     

    La noche vagaba por todos los rincones del pueblo, y la nostalgia y  la desgracia en el alma de la hermosa Aurora, se revolcaban.

     

    El carcelero le llevó un fragmento de comal  tiznado, y se comenzó a dormir. Entonces, la supuesta Tatuana, con una excelente habilidad artística, dibujó una barca, se subió a ella y desapareció.

    El carcelero se quedó perplejo del miedo, y perdió el conocimiento.

     

    Muy temprano despertó sobresaltado, y lloró.

     

    -Qué bruto que soy, se me escapó la Tatuana-, se lamentó.

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  • Pueblo

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    Autor invitado: B’alam Kitze

     

    Somos un sólo Pueblo,
    Somos un sólo Corazón:
    Palpitemos al unísono…

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