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El Universo Maya

  • Estallido

     

    Autor invitado: Humberto Ak’abal

     

    La gota de agua estallò

    y se hizo estrella:

    el charco se volviò cielo.

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  • A Saber

     

     

    Autor invitado: Humberto Ak’abal

     

    A saber què tenìa la lluvia,

    me gustaba verla llover

    y mirando, mirando, mirando

    me dormìa parado y me caìa, 

    cuando mi madre me levantaba

    yo tenìa la lluvia metida en los ojos.

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  • La Palabra Rota

     

    Autor invitado: Humberto Ak’abal

     

    Rota la palabra

    ya no queda nada por decir.

    Remendarla serìa hacerla sangrar,

    una cicatriz es la huella de una herida.

    Una palabra rota

    es una palabra rota.

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  • El Peso de las Palabras

     

    Autor invitado: Humberto Ak’abal

     

    Cuando hablès

    pesà tus palabras,

    no vaya a ser

    que tengàs que cargarlas

    y terminès cayèndote debajo de ellas.

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  • Dije lo que he Vivido

     

    Autor invitado: Luis Cardoza y Aragon

     

    No amamos nuestra tierra por grande y poderosa, por débil y pequeña, por sus nieves y noches blancas o su diluvio solar. La amamos, simplemente, porque es la nuestra.

     En su territorio hay una región que es la región de nuestra infancia. Y en tal región, una ciudad o un pueblecillo. En el pueblecillo, una casa. En la casa, cuatro paredes viejas y manchadas, con muebles rústicos hechos por el carpintero de la familia, con árboles que nos dolió verlos abatir. En medio de la casa, una fuente de la cual nunca dejaremos de escuchar el canto.

    Todo se va replegando hasta llegar de la caja más grande a la más pequeña, del mundo a las cuatro paredes de la infancia, hasta la cuna y el ataúd. La tierra que caerá sobre esas cuatro tablas, cuando estemos de vuelta a geranios y quiebracejetes(1)  y nos empinemos en los árboles, es la tierra más dulce que existe. La niñez va corriendo como un arroyo que canta. Remontamos la corriente hasta el manantial. Hasta el amor de nuestros padres. No amamos nuestra tierra por hermosa, por alegre o triste. Por su leyenda o su primitiva felicidad sin historia. La amamos porque es la nuestra. Quiero, quisiera que vieras con ojos de mi niñez, con ojos de tu niñez. Con ojos de la niñez del mundo. Nuestro amor es bello sólo tal otro amor gemelo.

     Anima la quietud de estas páginas, fuego oscuro amasado en el hondón de las entrañas. Huracán sopla para siempre mi brasa y su tibieza de rescoldo se perpetúa. El corazón de lava aún caliente sonríe su noche elemental, donde todavía sueña Kukulkán, desde el ídolo primigenio hasta las muñequitas multicolores de Mixco y las tinajas de Chinautla. Estamos en Guatemala, verde colibrí reluciente. La caja grande y dentro una más pequeña y otra. Otra y otra, hasta llegar a mi pueblo, Antigua Guatemala. Y otra más pequeña, y otra y otra, hasta la casa y mi cuarto de niño. Pongo a mi tierra sobre mis rodillas, en la palma de mi mano. Desde muy alto los ojos podrían abarcar sus límites, contemplarla, como esos pisapapeles de cristal que tienen en el centro un ramo de florecillas dormidas. No es el caso de contemplar lo que no existe. Ni de sólo admirar lo que está allí. Soy vidente, ahora pisamos tierra firme y amo la realidad.

     Los arqueólogos se sumergen en la prehistoria o en la historia, exploran las entrañas de la tierra para encontrar una vasija, un hueso, un vestigio milenario, y no ven nada del mundo de los mercados, de los pueblos, de los sufrimientos que padecen los indios vivos. No sólo los arqueólogos, también los poetas, pintores, músicos, novelistas, se encandilan con el «exotismo» de donde han nacido y se ciegan para toda apreciación objetiva. Hay guatemaltecos que nos ven como los extranjeros y crean una exportable imagen colorida, igual a una vitrina de indios, tan pintoresca que casi justifica las intervenciones. Muchos de ellos ni siquiera adoptan una actitud como la del padre Las Casas, hace 400 años: se han evadido, desertado o detenido en deformaciones sentimentales, artísticas, de los indios remotos, a veces humanitarias, es cierto, pero sin conciencia sociopolítica. Casi sin excepciones, entre los arqueólogos, escritores, investigadores históricos, artistas, traductores de los libros aborígenes, no hay en Guatemala sino dos o tres que a tal vocación hayan unido, en los últimos cien años, consecuente conducta política.

     Hace tiempo, mucho tiempo, había deseado escribir estas páginas. De golpe, se me vinieron mil cosas encima: mi recuerdo tartamudeó en alud amoroso. No me proponía cumplir una misión o pagar una deuda. Todo es más humilde en el fondo, vital e inevitable. Lo de misión o deuda sería pura pedantería. Deseé dar una sensación de Guatemala, de mi Guatemala. Deseé mostrar algo de su vida interior, inocente y sombría. Deseé que luzca, como todos los días, rebozo de colores y trenzas con tocoyales, dibujándola sin que ella lo advierta. Un retrato, con sus grandes aristas solamente. Abocetada con libertad, aprehendida en tres o cuatro rasgos privativos y recónditos, en los cuales está como la siento en mí, silvestre, augusta y enmarañada. Su fervor recogido en estrofas de su crecimiento: monólogos de humo y pirámides de sueño y canto.

     La veo mestiza en su pensar, con barro antiguo del Popol Vuh y musgos de Landívar en un mismo pulso urgente. Indígena en la entraña, donde el corazón resuena entre mantos azules, igual al tun en los pueblecillos cuando celebran la fiesta. Sencilla y segura, camina ataviada como pájaro o reina en la miseria, un niño a la espalda, en harapos sus ropas aborígenes y fatigada la greda categórica del rostro bajo el peso que carga sobre la frente, corona rural de frutos y de flores. Va descalza, rompiéndose los pies por los caminos, la tinaja sobre el hombro, igual a la dulce Ixquic.

     La belleza del cuerpo radica en lo más profundo de la materia: en la conformación y armonía del esqueleto, imagen de la muerte. Sus rasgos resurgen para mí de la viva y mineral estructura escondida, remontando hasta la piel de obsidiana al sol.

     He deseado ofrecerle un testimonio de poesía: exacto de verdad práctica. Un libro de síntesis, de visión general, veloz e inesperado. Placa radiográfica y fotografía aérea al mismo tiempo. Hago una incursión en el ayer, vivo en mi recuerdo, hasta convertirlo en creación, sin celo alguno de desdoro o no sentido encumbramiento. Recojo y subrayo lo que juzgo capital para descubrir y fortalecer la filigrana del origen de nuestro sentimiento de nacionalidad. Amor de la realidad: he pesado a Guatemala sobre las alas de las mariposas, auxiliado siempre por experiencia, cifras y emoción.

     Sin embargo, me siento ante ella como un árbol podado soñando con las flores de sus ramas. Desterrado en mi patria, sin salir de ella, libérrimo, feliz y amante, reencontrada en la realidad y en mis sueños, me tiendo bocarriba, más allá de mi muerte y de la muerte, sumergido en su sentimiento y en su pensamiento. Y desde el Popol Vuh tomo las ruedas dentadas que crearon la noria de la sangre. En su impulso nutren su ímpetu, a veces aun por inercia, muchas otras ruedecillas que de alguna suerte nos sirven asimismo para marcar la hora, para saber quiénes somos y saber adónde vamos. Y me atropello de nostalgia y descubro el cielo de todos los hombres, libre aquí en mi cárcel sin techo, y cuento y reconozco las estrellas, las palpo húmedas sobre mi rostro, descarnado ya, camino del cuarzo, entre la hierba y la tierra, que cegaron mis ojos de color y me llenaron la boca de polen y canciones.

     Ahora recuerdo el origen de estas páginas que son sollozo, alarido y canto. No sólo hay que vivir lo que se escribe sino hay que sufrirlo. Necesidad absoluta de una patria, de mi tierra mía y su imprescindibilidad de función ecuménica. Ansia de clarificación, de forma, para que nuestro metal dé su sonido: estaba yo sentado en lo más alto del Castillo de Chichén Itzá la tarde que llegué por vez primera. Entonces, hace muchos años, sentí, como grano de mostaza, algo de lo que he escrito. Empezaba a germinar en mí. Era yo mismo la semilla. Una semillita sola, pero ya pude palpar raíces milenarias. Sobre las ruinas, el crepúsculo del trópico untaba lumbre atormentada y musgos de oro. El chaparral, asaeteado por faisanes y venados, perdíase en el horizonte hasta el mar.

     

     

     

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  • El Dios de Espinoza

     

    Autor invitado: Baruch de Spinoza 

     

    Deja ya de estar rezando y dándote golpes en el pecho!

    Lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de tu vida.

    Quiero que goces, que cantes, que te diviertas y que disfrutes de todo lo que he hecho para ti.

    ¡Deja ya de ir a esos templos lúgubres, obscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa.

    Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas.

    Ahí es en donde vivo y ahí expreso mi amor por ti.

    Deja ya de culparme de tu vida miserable;

    yo nunca te dije que había nada mal en ti o que eras un pecador, o que tu sexualidad fuera algo malo.

    El sexo es un regalo que te he dado y con el que puedes expresar tu amor, tu éxtasis, tu alegría.

    Así que no me culpes a mí por todo lo que te han hecho creer.

    Deja ya de estar leyendo supuestas escrituras sagradas que nada tienen que ver conmigo.

    Si no puedes leerme en un amanecer, en un paisaje, en la mirada de tus amigos, en los ojos de tu hijito…

    ¡No me encontrarás en ningún libro!

    Confía en mí y deja de pedirme. ¿Me vas a decir a mí como hacer mi trabajo?

    Deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te crítico, ni me enojo, ni me molesto, ni castigo.

    Yo soy puro amor. Deja de pedirme perdón, no hay nada que perdonar.

    Si yo te hice… yo te llené de pasiones, de limitaciones,

    de placeres, de sentimientos, de necesidades, de incoherencias… de libre albedrío

    ¿Cómo puedo culparte si respondes a algo que yo puse en ti?

    ¿Cómo puedo castigarte por ser como eres, si yo soy el que te hice?

    ¿Crees que podría yo crear un lugar para quemar a todos mis hijos que se porten mal, por el resto de la eternidad?

    ¿Qué clase de Dios puede hacer eso?

    Olvídate de cualquier tipo de mandamientos, de cualquier tipo de leyes;

    esas son artimañas para manipularte, para controlarte, que sólo crean culpa en ti.

    Respeta a tus semejantes y no hagas lo que no quieras para ti.

    Lo único que te pido es que pongas atención en tu vida,

    que tu estado de alerta sea tu guía.

    Amado mío, esta vida no es una prueba, ni un escalón, ni un paso en el camino,

    ni un ensayo, ni un preludio hacia el paraíso.

    Esta vida es lo único que hay aquí y ahora y lo único que necesitas.

    Te he hecho absolutamente libre, no hay premios ni castigos, no hay pecados ni virtudes,

    nadie lleva un marcador, nadie lleva un registro.

    Eres absolutamente libre para crear en tu vida un cielo o un infierno.

    No te podría decir si hay algo después de esta vida, pero te puedo dar un consejo.

    Vive como si no lo hubiera. Como si esta fuera tu única oportunidad de disfrutar, de amar, de existir.

    Así, si no hay nada, pues habrás disfrutado de la oportunidad que te di.

    Y si lo hay, ten por seguro que no te voy a preguntar si te portaste bien o mal,

    te voy a preguntar ¿Te gustó?… ¿Te divertiste? ¿Qué fue lo que más disfrutaste? ¿Qué aprendiste?…

    Deja de creer en mí; creer es suponer, adivinar, imaginar.

    Yo no quiero que creas en mí, quiero que me sientas en ti.

    Quiero que me sientas en ti cuando besas a tu amada, cuando arropas a tu hijita,

    cuando acaricias a tu perro, cuando te bañas en el mar.

    Deja de alabarme, ¿Qué clase de Dios ególatra crees que soy?

    Me aburre que me alaben, me harta que me agradezcan.

    ¿Te sientes agradecido? Demuéstralo cuidando de ti, de tu salud, de tus relaciones, del mundo.

    ¿Te sientes mirado, sobrecogido?…

    ¡Expresa tu alegría! Esa es la forma de alabarme.

    Deja de complicarte las cosas y de repetir como perico lo que te han enseñado acerca de mí.

    Lo único seguro es que estás aquí, que estás vivo, que este mundo está lleno de maravillas.

    ¿Para qué necesitas más milagros? ¿Para qué tantas explicaciones?

    No me busques afuera, no me encontrarás.

    Búscame dentro… ahí estoy, latiendo en ti». 

     

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  • Quitapenas

     

    Autor invitado: Kiki Cacho

     

    Te voy a regalar un quitapenas si consigo, le dijo,
    para que le cuentes todas esas cosas feas y se las lleve bien lejos,
    y puedas sonreír y mirar el sol y dejar atrás las noches de vigilia
    y las mañanas desnudas y el viento frío del otoño.
    Para que puedas encontrarte con vos, le dijo
    con ese espacio limpio al que nada lo toca
    ni el terror, ni el espanto, ni la furia.
    Para que puedas abrir las manos y mirarlas
    como si fuera la primera vez y las encuentres llenas de pájaros
    y de mariposas y de flores
    y no te importe más que el aire entrando por tu boca
    mareándote de vida y no te importe más que el agua
    lavando tus heridas y no te importe más que el cielo
    que un día abandonaste y regresó por vos.»

     

     

     

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  • Gracias!

     

    Mayo cargado de flores

    mariposas en vuelo…. suave nostalgia.

    Aroma, vida  primaveral

    esencia de  bellos instantes

    en el centro de una casa.

    Altar lleno de luces de la palabra

    GRACIAS!

     

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  • Palo Pito

     

    A media luz…….en el centro del mundo

    Sueños ocultos secretos sencillos, puros

    esencia; presencia de nawales

    habitando las casas, cuartos y patios.

    De lejos en los cercos crecen los palo pito

     iluminando, muriendo y renaciendo

    para demarcar los monjones, experiencias de una vida.

     

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  • Recuerdo

     

    Soplo de sur acariciando el rostro

     brisa de un abrazo ahogado,

    ternura de madre ausente  

    pensamiento, idea, vida de selva.

    Voz de montaña, de volcàn apagado.

    Revoloteo de colibrì en medio del sueño

    imagen, paso lento,  tiempo.

     

     

     

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