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Espiritualidad

Blog Archives by Category

  • El Codice de Dresde

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    Autor invitado: Daniel Matul Morales

     

    Muchos años más tarde Alejandro de Humboldt, considerado el padre de la geografía moderna, lleva a cabo la primera reproducción de un fragmento del Códice Maya que se conserva en la Biblioteca de Dresde, incluido en su obra Vistas de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América en 1810. Sin embargo, el primero en publicar completo el Códice de Dresde fue Edward King, vizconde Kingsborough quien, empeñado en demostrar que el Nuevo Mundo había sido originalmente poblado por la “tribu perdida de Israel”, hizo copiar todos los códices prehispánicos que existían en bibliotecas de Europa en nueve monumentales volúmenes titulados The Antiquities of Mexico (Londres: 1830-1848). Las deudas contraídas por Kingsborough para realizar su ambicioso proyecto, lo llevaron a la cárcel, donde terminó sus días. Otro notable científico, que contribuyó al estudio del Códice de Dresde y al intento de desciframiento de los glifos mayas fue Constantine Samuel Rafinesque-Smaltz (1783-1840), nacido en Gálata, Turquía, hijo de padre francés y madre alemana. Constantine Samuel Rafinesque-Smaltz, publicaba un periódico el “Atlantic Journal and Friend of Knowledge”, que él mismo escribía, “sobre todos los temas del mundo”, editado en Estados Unidos, donde vivió muchos años. En este periódico publicó cartas dirigidas a su contemporáneo Jean François Champollion, dedicado entonces al desciframiento de los jeroglíficos egipcios, en las que exponía al sabio francés sus ideas sobre la escritura maya. La variabilidad de Rafinesque es asombrosa, pues según el mismo se describe como botánico, naturalista, geólogo, geógrafo, historiador, poeta, filósofo, filólogo, economista, filántropo, viajero, comerciante, manufacturero, coleccionista, desarrollista, profesor, maestro, supervisor, dibujante, arquitecto, ingeniero, autor, editor, librero, bibliotecario y secretario. Con los pocos informes que entonces existían sobre Palenque y las láminas del Códice de Dresde que Humboldt había publicado, Constantine Samuel Rafinesque-Smaltz, concluyó que las inscripciones en piedra de tal sitio y los caracteres del códice eran una misma y única escritura; fue el primero en descifrar los valores de las barras y los puntos en el sistema de numeración maya; sugirió que la lengua representada por aquella escritura era la misma que se hablaba entre los mayas contemporáneos y que, sabiendo ésta, se podrían descifrar manuscritos como el de Dresde y las inscripciones pétreas monumentales. Rafinesque murió pobre en Filadelfia, tan endeudado que su casero trató de vender el cadáver a una escuela de medicina para cobrarse el alquiler. Un continuador de la escuela alemana que había inaugurado Humboldt y a la que se incorporarían importantes investigadores, Ernst Förstermann, bibliotecario de la Real Biblioteca de Dresde, reprodujo en su totalidad el Códice de Dresde en 1880 y 1892. Estas ediciones, sobre todo la “clásica” de 1892, son muy valiosas, ya que en ellas se han basado casi todas las posteriores. Las interpretaciones de Förstemann sobre el códice también sentaron las bases para futuros estudios del mismo. Ernst Förstemann (1822-1906), nacido en Danzig, Förstemann, tras haberse especializado en gramática y estudios lingüísticos, en 1880 comenzó a estudiar en profundidad el Códice de Dresde, publicó una edición facsímil del texto ese mismo año (el códice original sufrió severos daños durante los bombardeos aliados de Berlín). Sus principales aportaciones se encuentran en el campo del cómputo astronómico y del análisis del calendario maya. Identificó la “Cuenta Larga”; la base vigesimal del sistema de cálculos de los mayas; las denominadas “tablas de Venus”, en las cuales los antepasados astrónomos habían deducido el ciclo sinódico de 584 días del planeta Venus; las tablas lunares prediciendo eclipses y, por ende posibles catástrofes. Los hermanos Antonio y Carlos Villacorta publicaron en Guatemala en 1933, los tres códices mayas, Madrid, París y Dresde, en edición facsimilar. Esta edición fue la que Yuri Knorosov, como soldado del Ejército Rojo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, rescató de las ruinas de la Biblioteca Nacional de Berlín en 1945. Con ella y con la Relación de las cosas de Yucatán de fray Diego de Landa, publicada por el abate Brasseur de Bourbourg en París en 1864, que contiene el “vocabulario de Landa”, Knorosov contaba con los instrumentos necesarios para aportar su importante contribución al desciframiento de la escritura maya. De las numerosas ediciones posteriores del Dresde, es importante destacar algunas de ellas, como la efectuada en México en 1984 para conmemorar el medio siglo de la editorial Fondo de Cultura Económica. La incluida en los códices mayas, introducción y bibliografía por Thomas A. Lee, Jr., de la Fundación Arqueológica Nuevo Mundo, Edición conmemorativa, X Aniversario de la Universidad Autónoma de Chiapas, 1985, que incluye el discutido cuarto códice maya, el “Grolier”. Una rara edición de 25 ejemplares, publicada en México, de la que Silvia Salgado da noticia: Códice de Dresden: manuscrito pictórico ritual maya. Se conserva en la Biblioteca de Dresden, Alemania, Librería Anticuaria de Guillermo M. Echániz, circa 1947. A estas variadas publicaciones, habría que agregar la edición en dos tomos de los códices de Madrid, Dresde, París y Grolier con el prólogo de dos guatemaltecos Federico Fashen y Daniel Matul M., efectuada por Liga Maya Guatemala e impresa por la prestigiosa Editorial Grupo Amanuence, en diciembre de 2007, a propósito del Cuarto Congreso Internacional Sobre el Pop Wuj, llevado a cabo en la ciudad de Quetzaltenango. En resumen podemos decir que el Códice de Dresde nos habla de las interconexiones de los tejidos, del tiempo, de la astronomía, de la astrología, del encendido del fuego nuevo, de la pesca, del grano divino maíz, de la fecundación, del matrimonio, del trabajo, de las ofrendas, de la mitología, de los cuerpos solares, del arcano, del porvenir, del árbol de la vida, de la danza, de la transmutación, de la lluvia y de la no disociación originaria con el Espíritu-alma-cuerpo de todos los seres humanos. El nombre de Dresde obedece a que muchos documentos –entre ellos una serie de libros- de la cultura maya fueron despojados por los invasores y parece que a finales de la segunda década del siglo XVI se trasladaron a España. Uno de estos libros, de crucial importancia para el desciframiento de la escritura maya, reapareció en la Biblioteca Real de la corte de Sajonia, en Dresde (Alemania), tras haberlo adquirido su director, Johann Christian Goetze, de una colección privada en Viena. Desde entonces este libro maya se conoce con la designación de “Codice de Dresde”.

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  • LOS LIBROS DE LOS ANTEPASADOS MAYAS

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    Autor Invitado: Daniel Matul Morales

     

    Sucede que los primeros y principales cronistas del llamado descubrimiento e invasión de América son quienes describen por primera vez -con inocultable asombro- los libros de nuestros antepasados mayas. Entre ellos, el italiano Pedro Mártir de Anglería y fray Bartolomé de las Casas.

    Pedro Mártir ha sido llamado el primer historiador del Nuevo Mundo, aunque algunos lo consideran como el primer periodista del descubrimiento de América, quizá por su posición de privilegio en la Corte española, su condición de humanista y su curiosidad novedosa de aquella época. Pedro Martir, llevó a cabo un extenso trabajo narrativo de la historia del descubrimiento de América que comprende 32 años que van desde de 1493 a 1525. La mejor edición de sus Décadas del Nuevo Mundo (De Orbe Novo) ha sido publicada en México por José Porrúa en 1964, traducida del latín por José Millares Carlo y con un estudio preliminar: «Pedro Mártir y el proceso de América», de Edmundo O’Gorman.

    Con «magnifica intuición», dice O’Gorman, Pedro Martir, tituló su obra como «De Orbe Novo» ya que Colón y muchos otros en su época, siempre creyeron que el Almirante había arribado a las costas de Cipango (Japón), Cathay (China) o la India.

    Fray Bartolomé de las Casas, por su parte, escribió La Historia de la Destrucciòn de las Indias (Edición preparada por A. Millares Carlo, introducción de Lewis Hanke, México: Fondo de Cultura Económica, 1951), y la conocida obra Apologética Historia Sumaria (Edición preparada por Edmundo O’Gorman. México: UNAM, Instituto de investigaciones Históricas, 1967).

    Pedro Martir, comenta que nuestros antepasados mayas en sus diferentes libros inscribían su orden jurídico, las ceremonias, las solemnidades espirituales, las observaciones astronómicas y los cálculos del tiempo que les servían para vivir en armonía con el cosmos y con la naturaleza.

    Con el testimonio de estos libros los antepasados dan cuenta de bibliotecas, bibliotecarios, escritores, filósofos y científicos; así como también, podemos encontrar astronomía, astrología, agricultura, matemáticas, filosofía, mística, arquitectura, calendarios, historia, genealogía y todo lo que distingue a la cultura y civilización maya.

    Del mismo modo, otros cronistas, se ocupan de describir los libros mayas, como Francisco López de Gómara, secretario privado de Hernán Cortés, autor de una Historia de la conquista de México; el jesuita Joseph de Acosta en su Historia natural y moral de las Indias (1608) y, desde luego, los historiadores del descubrimiento y la invasión de Yucatán, como fray Diego de Landa, Relación de las cosas de Yucatán (de fines del siglo XVI); fray Antonio de Ciudad Real, en Tratado curioso y docto de las grandezas de Nueva España. Relación breve y verdadera de algunas cosas de las muchas que sucedieron al padre fray Alonso Ponce … en … la Nueva España (c. 1590); Bernardo de Lizana que en las primeras décadas del siglo XVII escribió la Historia de Yucatán, Devocionario de Nuestra Señora de Izamal y conquista espiritual de Yucatàn, y Diego López de Cogolludo en su Historia de Yucatán, publicada en Madrid en 1688.

    De los «muchos» libros examinados por Pedro Mártir en Valladolid en 1520 y de entre tantos que deben haber poblado sus bibliotecas, sólo tres han llegado hasta nosotros y se conocen por el nombre de las ciudades en cuyas bibliotecas se encuentran: Códice de Dresde, Códice de Madrid y Códice de París (conocido tambièn como Peresiano debido a que fuè hallado en un pliego de papel que tenìa escrita la palabra Pèrez). Existe un cuarto Códice denominado Grolier cuya autenticidad se encuentra en discusión.

    Los códices de Dresde, Madrid y París, en particular constituyen riquezas históricas invaluables y vitales para el estudio del pasado maya y sus proyecciones hacia el porvenir..

    No sólo libros fueron enviados a Europa por los invasores, contamos también con el entusiasta testimonio del artista más famoso de los siglos XV y XVI en Europa, llamado Alberto Durero nacido en Núremberg, Alemania, el 21 de mayo de 1471, que contempló maravillado obras de arte, de estas tierras, entre ellas un sol de oro y una luna de plata y objetos de finas plumas elaborados por joyeros mexicas.

    Como Austria era parte del imperio de Carlos I. de España y V. de Alemania, libros y tesoros americanos bien pudieron llegar allí, incluido, tal vez, el penacho de Moctezuma que hoy adorna un museo de Viena en Austria.

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  • El Estètico Fluir Humano

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    Autor Invitado: Daniel Matul Morales

     

    Situar nuestra condición humana en la naturaleza, significa obtener conciencia de nuestra unidad con la Madre Tierra para vivir en amplitud y hermandad.

    Según este pensamiento cósmico, el significado del ser y de la vida, consiste en correlacionar la conciencia más pequeña con la conciencia más grande: Criatura-Universo.

    De esta manera la cosmovisión nos proporciona las vìas màs recònditas para relacionarnos directamente con la conciencia más profunda, con el pulso más tierno del espíritu cósmico.

    En el pensamiento maya el agua, el Sol, la Tierra y el aire, en sus diversas manifestaciones, constituyen la verificación cotidiana que el cosmos es un ser vivo y sagrado.

    Estas correlaciones universo, tierra y ser humano generan los valores culturales mayas que, desde la antigüedad, facilitaron el orìgen del complejo sistema calendàrico, cuya sensatez puede encontrarse en los denominados còdices de Madrid, Dresde y Parìs, quizá bastante determinantes para la comprensión de un universo espiritual, inteligente y armonioso.

    De manera que recordar el germen-ritual de pertenencia o pasión por el encantamiento de ser uno con el todo, en situación de modernidad, equivale al intento de contribuir al retorno del propósito espiritual y al reintegro del fluir estético humano, justamente, para que los atributos de la flora y la fauna y, las características del cielo y la majestuosidad de la  Via Láctea, nos devuelvan al parentesco perpetuo con las montañas, los lagos, las cascadas, los volcanes, los ríos, la Abuela Luna, el abuelo Sol y la Madre Tierra, hasta enlazar con aquella singular agudeza propuesta en los propios códices y el Pop Wuj: «Aquéllos que son dignos de ayudar a la naturaleza en su tarea de hacer crecer y sostener la vida, son iguales al cielo y la tierra».

     

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  • Hace 521 Años Nos Derrotaron, Pero Jamás Nos Vencieron

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    Autor invitado: Ollantay Itzamná

     

    Era un viernes cuando transcurría el 12 de octubre de 1492. Los tainos (pueblo indígena de las Antillas) disfrutaban apacibles del transcurrir cotidiano de sus vidas en la isla de Guanahani (actual Bahamas). Allí llegaron unos barbudos desconocidos provenientes del mar. Acogimos con honores a nuestros huéspedes sin conocer sus intenciones. Pronto nos dimos cuenta que eran bárbaros cristianos embelesados por el metal. Pero ya era demasiado tarde. Nuestra desgracia había comenzado.

    Los tainos, al igual que todos sus vecinos, fueron cazados y llevados como esclavos a La Española (actual Haití y República Dominicana) y a Cuba. Las tainas, al igual que sus vecinas, fueron violadas y obligadas a parir bastardos (antes de ser aniquiladas) porque los barbudos venían sin mujeres y sin hijos. Aquel pueblo fue diezmado por completo. Igual suerte corrieron centenares de pueblos aborígenes en esta nuestra Abya Yala.

    Abya Yala estaba más allá del horizonte cultural y mental de la Europa de aquel entonces. Pero, lamentablemente en ese momento Europa transitaba de una economía feudal hacia una economía mercantil que buscaba respaldarse en el metal precioso, el oro. Ellos no tenía el oro, y el tradicional comercio que mantenían con el mundo oriental había sido bloqueado por el avance de los árabes hacia el norte. Por eso se lanzaron al mar desconocido en sentido contrario, creyendo que el planeta era redondo, buscando una ruta alterna para sus negocios con Oriente. Así fue como aparecieron en Abya Yala creyendo que era India. Y Cristóbal Colón murió con esa firme creencia.

    Era tan luminosa la riqueza y la dignidad en nuestros abuelos y abuelas, que los heraldos europeos descubrieron en sí mismos su miseria y decadencia moral. Inventaron y ensayaron varios argumentos, incluso teológicos, para negar nuestra condición humana, y así apoderarse de nuestra riqueza y de nuestros cuerpos. Pero, ninguno de esos argumentos era racionalmente sostenible. Y, ante su limitación mental, y presos de su avaricia, nos hicieron una guerra sanguinaria jamás vista en la historia de la Madre Tierra.

    Así nació la resistencia sin cuarteles más larga y fecunda que la humanidad jamás conoció. Diezmaron a decenas de millones de nuestros abuelos, pero jamás pudieron robarnos la dignidad, ni desaparecernos como pueblos. Nos bautizaron a la fuerza, pero no pudieron matar nuestras espiritualidades, ni a nuestras divinidades. Se llevaron consigo cientos de miles de Kg. de oro y millones de plata de nuestras tierras, pero viven en el empobrecimiento material financiero, igual o peor que antes. Nos educaron en la ilusión de la superioridad de la “civilización” occidental, pero las civilizaciones milenarias se revitalizan ante la decadencia de la unigénita civilización.

    En estos últimos tiempos, el fenómeno Sur, más allá de las limitaciones políticas coyunturales actuales, es producto de este proceso de la resistencia fecunda y creativa de cientos de años. Mayas, lencas, cunas, chibchas, quechuas, aymaras, guaraníes, mapuches, y muchos otros pueblos dignos dinamizamos procesos de insubordinación contra hegemónica porque creemos en la vida y en la dignidad.

    Somos pueblos diferentes, con dinámicas diferentes, pero compartimos las mismas derrotas e historias inconclusas de resistencia. Nos unen los mismos sueños de convivir en la Casa Grande, como hijos e hijas de la Pachamama sin fronteras. Sin que nadie se sienta superior, ni inferior. Libres de la perversión de la avaricia y del deseo de acumulación. Este luminoso sueño compartido es lo que celebramos este sábado, 12 de octubre, con un corazón agradecido y reverente para con nuestros ancestros/as.

     

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  • Los indígenas No morimos, Nos Reincorporamos A La Madre Tierra

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    Autor invitado: Ollantay Itzamná

     

    Los dos primeros días del mes de noviembre, desde México, pasando por Guatemala, hasta Perú y Bolivia, las casas, calles y campos santos (cementerios) se revisten de flores multicolores, de dulces aromas, de abundante comida y bebida, y de música en vivo. Los cristianos denominan a esta fiesta como el Día de los Muertos. Para nosotros/as es la fiesta ritual de la vida y de la convivencia.

    Para nosotros no existe la separación excluyente y dualista entre la vida y lo que llaman muerte. Quienes fallecen no desaparecen, se reincorporan al vientre de la Madre Tierra para seguir conviviendo en la comunidad cósmica. Conviven con nosotros, nos acompañan y nos protegen. Hablamos, celebramos, soñamos, reímos y lloramos con ellos y ellas.

    Por eso, en Los Andes, aún existen en los cerros chullpares o pukaras, (recintos cilíndricos construidos de piedras) en los que se guardaban embalsamados a nuestros fallecidos por un período de tres años (tiempo para la biodegradación del cuerpo). Luego, los cuerpos eran trasladados a las casas respectivas para convivir permanentemente con la familia y en la comunidad.

    Mientras los cuerpos embalsamados se encontraban en los chullpares, comunidades enteras se trasladaban, casi a finales del mes de octubre (inicio de la nueva siembra, según calendario agrícola), en fiesta, con abundante comida, bebida, flores, tambores y quenas, hacia los cerros en los que se encontraban estos recintos para celebrar la vida y la convivencia con los ajayus (espíritus) de los fallecidos. Luego que los restos óseos eran reincorporados a las familias, en sus respectivas comunidades, continuaban las celebraciones en el mes de octubre, con mucha comida, bebida y música, y se los sacaba a pasear por los caminos. Incluso en este tiempo, en las alturas del Departamento del Cusco-Perú, todavía llevamos a las iglesias los huesos de nuestros fallecidos, envueltos en mantas, a escuchar misa.

    Con la colonización cristiana, nos destruyeron también nuestros chullpares, y nos obligaron a llevar a nuestros familiares “difuntos” a los campos santos. Dice la doctrina cristiana que todo bautizado es santo, por tanto, el lugar donde se los debe entierra es en el Campo Santo.

    Pero, igual, en las comunidades y ciudades (como La Paz, Cusco, Cochabamba, Ayacucho, etc.) seguimos festejando la vida y la convivencia con los nuestros los dos primeros días de noviembre. Hacemos comida, bebida, cortamos flores, y con eso y mucho más organizamos mesas de ofrendas para celebrar con los ajayus de los nuestros.

    Dependiendo de si el alma es nuevo (hasta tres años de fallecido) o antiguo, armamos la fiesta sea en la casa o en el campo santo. Porque, según nuestra espiritualidad y filosofía, nadie perece (muere), sino que se reincorpora a la Madre Tierra para seguir subsistiendo y tejiendo la vida en la comunidad. Quizás por ello no tememos a eso que llaman muerte.

    Todos venimos de la Madre Tierra (estamos hechos de los mismos elementos químicos de los que Ella está hecha), y la reincorporación a su vientre húmedo y fresco, es la compañera con la que nacimos. Lo importante es que esta reincorporación ocurra cuando hayamos cumplido nuestra misión sobre la piel de la Pachamama.

    Inicialmente, según la historia de la doctrina cristiana, la muerte no era lúgubre para el cristianismo. Recuérdese que las primeras comunidades cristianas conmemoraban y celebraban las fechas de fallecimientos de sus santos. Por eso, en el siglo IX, el Papa Gregorio IV, estableció el primero de noviembre como el día de Todos los Santos, porque muchos santos no tenían fiesta establecida en el calendario gregoriano. Gregorio lo puso en esa fecha porque en Europa, sobre todo en el norte, entre los celtas, en esas fechas se hacía la fiesta (“pagana”) del paso de la vida a la muerte. El origen de la fiesta de Halloween.

    En teología católica a esta estrategia “evangelizadora” denominan inculturación (introducir la doctrina cristiana en el corazón de las fiestas “paganas” para convertir dichas culturas en cristianas) Producto de esa estrategia evangelizadora nosotros también celebramos el día de nuestros ajayus los primeros días de noviembre. Pero, ya no con chicha (bebida fermentada de cereales) o con apthapis (comidas comunales), ni en los chullpares, sino en los cementerios, con misas, cervezas y consumismo frenético.

    El cristianismo, como toda religión monoteísta, configuró la psicología individual y colectiva de las personas en base al sentimiento de culpa y de pecado. Del miedo al infierno y al fracaso existencial nace el miedo y el rechazo a la “muerte”. La modernidad afianzó a los sujetos en este principio. Por eso, en el mundo occidental los vivos lloran por los “muertos” y se deshacen de ellos.

    Pero, ni tan siquiera con la truculenta colonización de más de 5 siglos, han logrado aniquilar nuestras espiritualidades de la vida. Todo Santos no es el recuerdo de los muertos, sino una fiesta ritual en la que celebramos en plenitud nuestro convivio con las y los que se nos adelantaron en su reincorporación a la Madre Tierra para seguir caminando, conviviendo, conversando, llorando, soñando con nuestros/as protectores/as. Así, nuestro caminar hacia el añorado vientre fecundo y fresco de la Pachamama se hace ligero, festivo y sin miedos.

     

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  • El Chocolate

     

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    Autor invitado: Sonia Iglesias y Cabrera

     

    Esa deliciosa bebida que llamamos chocolate, propia de emperadores y dioses, se elabora con las semillas del cacao, planta perteneciente a la familia de las Esterculiáceas, del género Theobroma, cuyas especies principales son el T. Cacao, el T. Angustifolium y el T. Bicolor H. y S. Al árbol del cacao los antiguos mexicanos lo llamaban cacao-cuauhuitl, del cual diferenciaban cinco especies: cuauhcacáhuatl, mecacáhuatl, xochicacáhuatl, cuauhpatláchtli y tlacacáhuatl. De estas especies la que se empleaba más frecuentemente para hacer el chocolate era la tlalacacáhuatl, cuyo nombre significa “cacao de tierra”, las restantes servían como moneda de cambio.

    En referencia a la etimología de la palabra “cacao”, la Enciclopedia de México nos informa que se trata de una voz maya, cacau, que al ser empleada por los mexicas se adoptó a la fonética del náhuatl y se convirtió en cacáhuatl. … ( Tal vez por conducto del zoque cacahua) y a la mayoría de las lenguas europeas casi sin alteración. Parece que la radical cau, que se encuentra igualmente en las formas caoc, chauc y chac y que significa “rayo”, se emparenta con muchas palabras mayas relacionadas con el fuego, la fuerza, el color rojo y el calor. En cacau convergen los conceptos de fuerte, por su singular propiedad energética, bien conocida por los mayas y otro atributo que se expresa en la radical cac: el color rojo de su cáscara. Las siguientes lenguas mesoamericanas emplean formas afines a caco. Chol: cucuo;chorti: cacao; have: cacau; kekchí: cacao; lacandón: chau; kakchiquel: cacou; maya del Chilam Balam de Chumayel, del Códice Pérez y moderno de Yucatán: cacau; mopán: cucuh; pocomchí: quicou; popoluca de Sayula: cágua; quiché del Popol Vuh; caco o cacu; tzeltal: cacab, en el siglo pasado y actualmente (en Bachajón): cacau; tarasco: cahecua. 

    En cuanto a la palabra xocólatl, Sebastián Verti opina que era el nombre que los indios daban al cacao y que proviene de – atl, agua, y de xoco, onomatopeya del ruido producido por el agua en donde se hierve al cacao.

    Por su parte, Ramón Cruces Carvajal opina que xocólatl proviene del náhuatl xócoc, agrio, y atl, agua; lo que significaría “agua agria”, etimología que se sustenta en el hecho de que el cacao sin endulzar tiende a ser agrio.

    Don Artemio del Valle-Arizpe cita a Eufemio Mendoza quien afirma que el vocablo chocólatl, significa “agua que gime”, por el ruido que se produce al ser batido. De tal manera que la palabra vendría de choca, llorar y atl, agua; o bien de choca, llorar, de coloa, rodear o dar vueltas y de atl, agua; lo que significaría “agua que gime al dar vueltas el molinillo”. El historiador menciona también que don Jesús Sánchez deriva la palabra de pozólatl, bebida de maíz cocido acompañado de varios ingredientes, término que los españoles descompusieron en pozolate y luego chocolate.

    Sea cual fuere la etimología de la palabra, lo cierto es que los mexicas tenían en alta estima a esta deliciosa bebida cuyo fruto simboliza al corazón humano y cuya preparación representaba la sangre. Al corazón correspondían la vitalidad, el conocimiento, la afección, la memoria, el hábito, la voluntad, la acción, y la emoción. Así como la sangre tenía la importante función de fortalecer, dar vida y posibilidad de crecimiento.

    La tradición oral de los mexicas nos cuenta en una leyenda que Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, dio a los toltecas el maravillo cacao, junto con algunas otras plantas y raíces comestibles, como el maíz, el frijol, y la yuca. El propósito del dios consistía en tener a los hombres bien alimentados para que pudiesen dedicarse con tranquilidad a estudiar, convertirse en hombres sabios, en magníficos arquitectos, y en delicados artistas y artesanos. Quetzalcóatl se robó el árbol del cacao del paraíso donde vivían los dioses y plantó un pequeño arbusto de hojas rojizas en las tierras de Tula. Ya que hubo plantado el arbusto, se dirigió a ver al dios del agua Tláloc y le pidió que enviara lluvia para que la planta se alimentara y creciese bella y abundante. Poco después, se dirigió a la morada de Xochiquetzal, Flor de Plumaje Precioso, diosa de la belleza y del amor, y le pidió que diese a su árbol flores maravillosas. Con el tiempo, la planta dio frutos de cacao. Entonces, Quetzalcóatl les enseñó a los toltecas a tostar los granos que crecían dentro de una vaina, a molerlos, y a batirlos con agua para obtener la estupenda bebida que conocemos con el nombre de chocolate. Los toltecas, bien alimentados con la sabrosa y energética bebida, acrecentaron sus poderes y se convirtieron en hombres fuera de serie.

    Cuando llegó a conocimiento de los dioses lo maravillosos que eran los toltecas gracias al chocolate que Quetzalcóatl había tenido la desfachatez de robarles, montaron en cólera y la envidia los embargo sin piedad. Opinaban que la tal bebida sólo había sido destinada a los dioses, que nadie más podía gozar de su sabrosura y de sus cualidades. Así pues, rojos de ira, juraron vengarse de Quetzalcóatl y de los toltecas.

    Un mal día, uno de los dioses, Tezcatlipoca, el eterno enemigo de Quetzalcóatl, se transformó en mercader de pulque, se acercó a la Serpiente Emplumada y le ofreció una jícara con tlachihuitli, pulque, para que lo bebiera, asegurándole que esa bebida tenía el poder de quitar las penas y cualquier incómodo malestar. Quetzalcóatl tomó el brebaje y, como era de esperarse, se emborrachó. Al otro día, el dios despertó, y al darse cuenta de lo acontecido, se sintió avergonzado y humillado por la borrachera que se había puesto y por la venganza  y la envidia de los dioses. Maltrecho y deshonrado, decidió irse para siempre. Antes de partir vio que todos los árboles de cacao que con tanto cariño habían cuidados los toltecas, estaban secos y convertidos en huisaches. Sin embargo se percató que  en el suelo habían quedado algunas semillas intactas. Quetzalcóatl las recogió y se las guardó en su morral. Al llegar a Tabasco, las arrojó en tierra fértil, donde se reprodujeron generosamente, como podemos ver hasta estos días.

    Gracias a tal acción de la Serpiente Emplumada podemos disfrutar de la exquisita bebida que en todas partes se conoce como chocolate, y es un aporte de México a la coquinería de todo el mundo.

     

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  • Abya Yala: ¿Por qué nos inculcaron el miedo a la muerte?

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     Autor invitado: Ollantay Itzamná

     

    El mes de noviembre nos muestra destellos sobre la concepción precristiana de los pueblos y civilizaciones aborígenes de Abya Yala sobre la “muerte”.

    Desde los pueblos indígenas de México, pasando por los de Centroamérica, hasta los pueblos indomestizos de Suramérica, celebran con algarabía y derroche de colores la fiesta de los difuntos. En algunos pueblos de Mesoamérica, desde finales de octubre las familias visitan con bandas de música a los panteones o cementerios para anunciar y convocar a los difuntos “que la fiesta está ya por llegar”. Los maya chortís de Honduras, hasta finales de noviembre aún continúan celebrando el siquín (altar y comida comunitaria): “Aunque ellos (los difuntos) siempre están con nosotros, todo noviembre especialmente ellos están en la comunidad”, indica Don Timoteo López.

    Zapotecos (México), aymaras y quechuas (Bolivia y Perú) celebran la fiesta de difuntos entre calaveras y las cruces, pero con jolgorio, no acongojados. Entre finales de octubre y primeros días de noviembre, Oaxaca completa se inunda de calaveras, flores, chocolate, panes, tamales, música, comparsas en las calles. Allí no hay lugar para pensar la muerte como una pérdida o un final, sino como una fiesta que abre a la vida en un nuevo ciclo. En la Abya Yala profunda, la fiesta de los difuntos es uno de los actos de resistencia sociopolítica más asombrosa que aún persiste contra  la dominación cristiana-occidental.

    Las crónicas de la Colonia indican que en la fiesta de difuntos las familias andinas subían a los chullpares o pukaras (lugares sagrados precristianos) para reencontrarse, celebrar, comer y beber chicha con sus seres queridos. Difuntos con más de tres años de antigüedad eran bajados a las casas, y en la fiesta de difuntos los sacaban en andas para hacerlos pasear por las calles y caminos de las comunidades. Siempre con abundante comida, bebida, música y baile. Hasta ahora, en la zona andina, se sigue sacando los cráneos (ñatitas) de los seres queridos para que escuchen la misa en las iglesias.

    Pueblos como nahuas o zapotecos, en la fiesta de los difuntos, no sólo preparan altares nutridos de comida, bebida, candelas, etc., sino que también en los altares ofrecen regalos de ropa y alhajas para sus seres queridos. “Le compro, por ejemplo, la blusa que le gustaba a mi mamá, luego de la fiesta me la pongo yo”, indica Cleotilde Hernández, indígena nahua.

    Las familias zapotecas, no sólo llevan comida y bebida al panteón para dejar a sus difuntos, sino que comen y beben con ellos alrededor de los nichos. La noche del 31 de octubre, y los días siguientes, ciudades, pueblos y familias se trasladan casi por completo a los cementerios, no para llorar, sino para comer, beber, bailar y reír entre “vivos” y con los “difuntos”. Allí, la línea (concepción) divisoria excluyente entre la “vida y la muerte” se anula casi por completo, dando lugar a la comunidad cósmica.

    Es más, vi en algunos pueblos zapotecos (como Capulalpam) que la fiesta de difuntos se convierte en un carnaval lúdico que transgrede lo establecido. Organizan comparsas no sólo para burlase de la muerte y de los políticos corruptos, sino también rompen piñatas en los panteones, estimulan la erótica, la sensualidad y la fertilidad. Así, es casi difícil concebir la muerte como un castigo o como un fracaso.

    ¿De dónde proviene el miedo a la muerte?

    Nuestros abuelos nunca nos hablaron del wañuypacha (muerte como estado). Nos inculcaron el wiñaypacha (vida permanente). Por eso nos enseñaron que nosotros “somos como una semilla”. Que en un determinado momento, cuando cumplimos nuestro ciclo “sobre” la Pachamama nos reincorporamos al vientre o corazón fresco y fecundo de Ella para seguir subsistiendo en interrelación en todo y con todos. No existe la muerte como castigo o fracaso, sino como un “retorno” al útero materno para emprender otro ciclo de vida, y posibilitar así otras formas de vida. Por eso celebramos ese paso del cierre del ciclo de la vida “sobre” la tierra para reincorporarnos al vientre materno, sin separarnos de la comunidad humana-cósmica.

    Pero, el cristianismo nos inculcó que la muerte es consecuencia del pecado. Que el pecado se castiga con el infierno. Por tanto, muerte e infierno son casi la misma tribulación. Para el cristianismo la muerte es un fracaso. Un final. Una anulación de la vida. La muerte es malo y la vida es bueno. Ambas, excluyentes entre sí.

    Este maniqueísmo dualista, de origen platónico, fue trasplantado por San Agustín, en los primeros siglos, nada menos que en el corazón de la doctrina cristiana. Este maniqueísmo platónico les quita la paz interna a occidentales cristianos o no cristianos. Por más que hablen de la vida eterna (reservado sólo para santos-perfectos), los cristianos, asumen la muerte como el acabose, fracaso, tribulación. Un castigo, del cual intenta apartarse a toda costa.

    De esta manera, la zozobra les habita porque intentan divorciarse o esconderse de la compañera más fiel y permanente de la vida, que es ese cierre de ciclo para retornar al vientre materno que llamamos muerte.

    Lo más triste es que ese miedo a la muerte, implantado en la estructura psicológica individual y colectiva de las personas, es hábilmente utilizado por los administradores del miedo. Desde entonces, tienen casi de rodillas a pueblos enteros habitados por el miedo a la muerte, impotentes. Esperando sólo la milagrosa mano de Dios. Mientras tanto los doctrineros del miedo y de la muerte disfrutan la dolce vita, mientras sus fieles padecen en el laberinto del miedo. Honduras es un caso y consecuencia patética de este maniqueísmo cristiano.

    Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

     

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  • JUWINÄQ NA’OJ – 20 CONSEJOS INDÍGENAS

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    Conocimiento recopilado por: KAJKAN FELIPE MEJÍA.

     

    1. Levántate con el sol para orar. Ora sola(o). Ora frecuentemente. El Gran Espíritu oirá, ciertamente, si le hablas.

     

    2. Sé tolerante con aquellos que han perdido el camino. La ignorancia, la presunción, la ira, los celos y la avaricia (codicia), provienen de un alma perdida. Ora para que ellos encuentren guía.

     

    3. Búscate a ti mismo, por tus propios medios. No permitas que otros hagan tu camino por ti. Es tu senda, y sólo tuya. Otros pueden caminar contigo, pero nadie puede hacer tu camino (o caminar tu senda) por ti.

     

    4. Trata a los huéspedes en tu casa con mucha consideración. Sírveles la mejor comida, dales la mejor cama y trátalos con respeto y honor.

     

    5. No tomes lo que no es tuyo, sea de una persona, una comunidad, de la selva o de una cultura. No fue dado ni ganado. No es tuyo.

     

    6. Respeta todas las cosas que están sobre esta tierra, sean personas o plantas.

     

    7. Honra los pensamientos, deseos y palabras de todas las personas. Nunca los invadas, ni te burles de ellos, ni los imites de manera grosera. Permite a cada persona el derecho a su expresión personal.

     

    8. Nunca hables de los demás de mala manera. La energía negativa que pones en el universo se multiplicará cuando retorne a ti.

     

    9. Todas las personas comenten errores. Y todos los errores pueden ser perdonados.

     

    10. Malos pensamientos causan enfermedad a la mente, al cuerpo y al espíritu. Practica el optimismo.

     

    11. La naturaleza no es PARA nosotros. Es PARTE de nosotros. Ella es parte de tu familia del mundo.

     

    12. Los niños son las semillas de nuestro futuro. Siembra amor en sus corazones y riégalos con sabiduría y lecciones de vida. Cuando crezcan, dales espacio para crecer.

     

    13. Evita herir los corazones de los demás. El veneno de tu sufrimiento retornará a ti.

     

    14. Sé verdadero (veraz) todo el tiempo. La honestidad es la prueba de la voluntad de uno en este universo.

     

    15. Consérvate balanceado. Tu persona Mental, tu persona Espiritual, tu persona Emocional, y tu persona Física: todas tienen la necesidad de ser fuertes, puras y saludables. Ejercita al cuerpo para fortalecer la mente. Crece mucho espiritualmente para curar enfermedades emocionales.

     

    16. Haz decisiones conscientes acerca de quién serás y acerca de cómo reaccionarás. Sé responsable por tus propios actos.

     

    17. Respeta la privacidad y el espacio personal de los demás. No toques la propiedad personal de los demás, especialmente los objetos sagrados y los objetos religiosos. Esto está prohibido.

     

    18. Sé verdadero ante ti mismo primero que todo. No puedes nutrir y ayudar a otros si no puedes nutrirte y ayudarte a ti mismo primero.

     

    19. Respeta las creencias religiosas de los demás. No impongas en los demás tus propias creencias.

     

    20. Comparte tu buena fortuna con los demás. Participa en la caridad.

     

     

     

     

     

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  • Soy Ajq’ij y hablo con el Fuego a diario

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    Autor invitado:

    Ajq’ij Apab’yan Tew

     

     

    Una vez un abuelito Ajq’ij de Totonicapán, Guatemala, me fue a buscar al lugar donde yo vivía en esos tiempos. Caminando a sus 94 años cruzó la montaña hasta llegar a Nawalja’ -población colindante pero ‘separada’ por bosques y una cordillera alta-. Sobra decir que, el trayecto, es difícil aún para alguien joven. Yo me extrañé de su visita y me sentí muy bien pero con dudas: ¿Cómo, quién le había hablado de mi? No me dijo nada, ya que yo no le pregunte nada al respecto. Cuando estuvimos a solas me pidió un favor. Me dijo: lal, jun nutuxal, – ‘usted mi retoño’-, utz kinta’ jun tokob’ mayij, – ‘quiero pedirle un favor grande -‘:

    ¿Podría usted conseguirme una biblia en idioma (maya) K’iche’?

     

    Yo le dije que podía y lo haría pero creo que no pude ocultar que me desagradó la idea -y no por el gran abuelito sino porque me había pedido la biblia-. Diligente, como suelo ser, fuí a Xela a la primera oportunidad y compré la dichosa biblia en K’iche’.

     

    Cuando yo le pregunté, en aquella ocasión, a dónde debía de llevarle la biblia, el gran Ajq’ij me contestó que no me preocupara, que por el acto mismo del favor, el vendría de vuelta a recoger el pedido. Yo me sentí acongojado; tonto e infeliz, como solía ser en aquellos años, pensé que no debía de comprometer la salud del abuelito por esa razón y que yo, joven, quizá irradiante de vitalidad, bien podría cumplir dobles, triples favores. Tonto, infeliz y en desagrado asentí y me comprometí…

     

    Pasaron varios meses y yo con la biblia quemándome los muebles y la mirada cada vez que la veía…

     

    Entonces un día el gran Ajq’ij tocó la puerta. Venía con el Patan cargando un bulto. Había traído comida desde su aldea y era alimento especial ya que él había llegado a charlar todo el día: tocó la puerta a las 06:00 am. ¿A qué hora salió de Toto? Cuando estábamos conversando me pidió otro favor: ¿podría usted, mi retoño, buscar y leerme – en Kíche’-, dónde es que el Moisés ese habla con la mata de yerba que arde y no se consume?Acá adelanto una disculpa si no me expreso bien, quizá falten signos o una ortografía correcta o, lo que podría ser peor, una mejor o más extendida explicación. Sachaj alaq’ numak.

     

    Yo conocía la biblia pero no tanto en realidad. A mí se me había obligado a leerla; yo fui, como muchos de nosotros, encadenado a tener miedo, a sufrir por no cumplir, yo también le tuve temor al castigo. Así que cuando el gran Ajq’ij me pidió ese favor lo hice con mucha tristeza ya que no podía siquiera comprender cómo, después de tantos años, se me pedía esa tarea. Pero lo hice ya que nosotros Mayaib’ Winaq, crecemos con ese gran consejo de atender con respeto a las abuelitas y abuelitos.

    Encontré la cita, la leí y la repetí varias veces. Y entonces el abuelito, el gran Ajq’ij, tomó la biblia un momento y al dármela de vuelta me dijo: -yo no sé leer, no necesito el libro este, quédeselo usted por favor.

     

    Y añadió: -ya kinnatab’a, ‘ya memoricé/sentí -‘.

     

    -¡Ya tengo con qué responder! El moisés ese habló con dios hace miles de años y lo hizo una sola vez, pero yo, ahora, sabré decir algo más importante a quien me ataque: ¡yo sigo haciéndolo aún, soy Ajq’ij y hablo con el Fuego a diario!

     

     

     

    ©Ajq’ij Apab’yan Tew

     

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  • Qachak Qapatan Ri qab’antajik Ajq’ijab’

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    Autor invitado:

    Ajq’ij Apab’yan Tew

     

     

    Nab’e

    Hace varios años, cuando aún solía atender invitaciones de parte de grupos dedicados a la ‘espiritualidad’ -grupos en realidad urbanos y conformados por personas de distintas ‘tradiciones’ y corrientes, profesiones y edades-, recibí una carta muy amable donde se me hacía partícipe de un evento extraordinario.

     

    Papel fino, impecable impresión. Decía allí que ‘Jefes y Autoridades de distintas naciones indígenas’, se reunirían en cierto lugar ‘energético’ para hablar de  cosmovisiones nativas y ‘unificar’ entre todos, un criterio de acción para desarrollar estrategias de lucha que, como hermanos e hijos del Sol, se debían emprender ya, en contra del embate nocivo de las sociedades industrializadas. Sí, he de decir que me extrañó un poco la afirmación de ‘hijos del Sol’ y también, otro tanto, me extrañó la lectura de que ‘Jefes y Autoridades’, cuya identidad no aparecía en ningún lado, iban, esta vez sí, a hablar a nombre de su pueblo.

     

    “Los fondos recaudados serán donados a pueblos indígenas”.

     

    Cosmovisión. Dondequiera se escucha ahora, cosmovisión. Está en todas partes cuando se habla de los Maya. Cuando se habla de las naciones originarias. Cuando se habla de profetas y jefes ancianos, líderes, actores activos o pasivos a los que no se les ha dado la oportunidad de hablar cabalmente. Cosmovisión suena grave. Latente. Es una palabra que parece venir acompañada de historias de fundación y sonajas y tambores y piras ceremoniales con espíritus rondando y hablando sólo a los elegidos para transmitir un mensaje trascendental. ‘Cosmovisión indígena’, ahora, llena foros enteros.

     

    Inmediatamente decliné, rechacé la invitación telefónicamente. Recibí otra carta por mensajería privada, sólo unas horas después. “Necesitamos la voz de los Mayas”, insistía. En fin, me la creí. Aún ahora, tiempo después, no tengo nada en contra de nadie y cada acto posible, en la interacción humana, podría ser un nodo nuevo de entendimiento global y un nodo nuevo encaminado a distintos propósitos, sean estos personales o, lo mejor, interpersonales. Cándido, neutro, asistí.

     

    No diré dónde ni con quienes estuve.

     

    El amanecer fue espectacular como lo son todos y ya, antes de la salida del Sol, cantaban y hablaban y murmuraban los hermanitos, muchos ellos, en las ramas de un árbol pequeño que estaba localizado exactamente atrás de donde se me había hospedado. A mí me tocó estar en el ala sur de una construcción. Un ala que pertenecía a una inmensa construcción hecha en el medio del desierto. Hacía frío allí pero ni a mí ni a los pajaritos del árbol, ni a los cocineros ni ayudantes, nos había importado lo mínimo. Algo sí me extraño, ¿dónde habían hospedado a los ‘Jefes y Autoridades’? Evidentemente, tenía ganas de dialogar ampliamente con ellos.

     

    Debo aclarar acá que, cuando llegamos todos, horas atrás, nadie pudo ver gran cosa y realmente nadie pudo verse del todo. La llegada de la noche nos había impedido hacer salutación alguna. Una tercera carta, entregada al momento, nos indicaba dónde debíamos pernoctar. Seguí las instrucciones que se asignaron y, por educación, no hice ya nada más. En mi habitación, limpia, sencilla, abrí mi maleta y agradecí por mi camino y buen arribo antes de dormir.

     

    Eso sí, con muy poca luz, cuando llegué, calculé la dimensión de las distintas áreas. Había una como casa central, una como cabaña, una como construcción de madera muy bien hecha ella y muy como en el centro. Desde allí y sirviendo como eje central, había un ala norte, un ala sur y se notaba un espacio extra, muy, muy hacia atrás, que parecía servir de bodega.

     

    Salió el Sol. Gran Padre. En medio de un desierto, comenzaba a ser difícil pensar que nos cobijaba, de cierto, nos abrasaba. Cada uno de sus bigotes nos tocaba muy fuerte y miré que a todos, menos a mí, les incomodaba. Había, en la gran explanada de la construcción del medio del desierto, pocos árboles donde mantenerse en sombra. Allí quizá, podría encontrar a los posibles jefes y autoridades pero había que respetar una agenda y un plan y un programa a seguir. Así que no pregunté nada.

     

    Llegó la hora. Salió la mayoría de la gente de su refugio y, para gusto de la presentación, grandes nubes comenzaron a arremolinarse encima de nosotros. Eran nubes enormes pero algo dispersas que, con un poco de Viento alto, comenzaron a juntarse. Como que platicaban entre sí y se unían, cada vez más, para escucharse mejor. Horas después del discurso de bienvenida, las nubes ya estaban bien juntitas, ya eran una sola masa uniforme que comenzaba a oscurecerse como si su plática, en sí, fuese un gran secreto.

     

    Finalmente presentaron a los jefes y autoridades -a la fecha, no sé de donde llegaron. Native indians, se recalcó. Uno a uno, menos el Maya en medio de la multitud, hablaron de su causa, de sus cosas. Citaron saber a quién, a saber quiénes y a saber a cuántos pero, arriba, en las nubes, ya se había gestado una tormenta.

     

    Va a llover, sentí. Va a llover bien fuerte.

     

    Siguieron los discursos. Comenzó a hablar el Cielo pero nadie le prestaba atención. Palabras de amor y virtud, eran más fáciles de entender y desatender allá, en el podio. En el Cielo, serpientes estelares iban y venían del sur y hacia el norte pero sólo se veía su luz, no había nada más. Estaba todo en silencio.

     

    Tocó finalmente, mi turno. Ya los jefes y autoridades estaban cansados, ya todos con hambre. Ya todos en desolación e insolación después de escuchar duro y dale que sí, que sí, que hay que luchar, que sí, que sí, que hay que unirse, que sí, que sí, que hay que pensar que todos somos hermanos, que sí, que sí, que se debe construir un mundo mejor.

     

    Habló el Cielo antes que yo y antes de que me dieran un micrófono. En el medio del chaparral desértico, una voz fuerte, grave y metálica que hizo vibrar la Tierra, cayó cerca de nosotros, atrás de nosotros todos. Desde allí mismo, un Viento suave comenzó a surcar entre los matorrales cercanos. Repentinamente la luz del día no era la misma. La Tierra no era la misma. Los hermanitos, presentes desde el amanecer, ya no cantaban, ni hablaban ni murmuraban, ni siquiera habían volado cerca desde horas atrás.

     

    Y entonces, la presentadora del programa dijo apresuradamente a los jefes y autoridades, emplumados y barbudos, kaxlan y ladinos en sí: -ha llegado hasta nosotros, por primera vez, la Palabra de un gran jefe Maya. Ha llegado hasta nosotros, la Palabra de un representante de una gran nación que nos ha dado las más claras profecías. ¡Uff!, -hasta ahora lo decís, pensé y me recriminé. Ella hablaba con ganas de acabar pronto ya que la lluvia comenzaba a caer con gotas cada vez más grandes. -Ha llegado para hablarnos, ¡un gran indigente Maya!, gritó con euforia.

     

    ¡Un gran indigente Maya!, repitió, como esperando aplausos.

     

    Una persona del staff, sorprendida, le corrigió soplándole en la oreja: -no se dice indigente, se dice indígena. Y, para sorpresa de algunos, iniciadas e iniciados y seres de luz, chamanes y sanadoras, la presentadora respondió muy enojada por haber sido corregida: -y qué, ¿no es lo mismo?

     

     

    La lluvia antes tímida, ahora llegó acompañada de fuertes ráfagas de Viento y polvo y luz en violencia. Comenzaron a inundar todo posible espacio, quisieron y se dieron la gana de colar en toda ropa ceremonial, en toda pluma, en todo exótico tocado. Volaron y trastocaron todo cuanto pudieron y empujaron, a jefes y autoridades kaxlanes y ladinos maquillados de indios, hacia muchos refugios. Eso sí, ellos, por indicación de una carta especial reservada a los ‘principales’, no osaron irse hacia la cabaña central, no al epicentro del centro, centro. No al núcleo. Allí se estaba contando la plata.

     

    El indigente e indígena Maya -que para ellos vino siendo lo mismo-, dejó el micrófono de lado. No tenía caso. No había con quién hablar, ya se habían ido todos. De viva voz y desde mi cosmovisión, me tocó agradecer el momento, la Luz y la Oscuridad intermitentes. El Viento y la Tormenta. El Viento y el Frío, la Nube y la Neblina que nos hacen siempre posibles.

     

    -Maltiöx b’a la KajUlew, ‘gracias a usted CieloTierra’, dije en voz alta. Y esa fue toda mi participación. A la mañana siguiente, partí por mi propia cuenta.

     

     

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