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Dinámicas “perturbadoras” expresan el racismo.

Dinámicas “perturbadoras” expresan el racismo.

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Autor invitado: Guillermina Herrera Peña

 

El racismo se expresa en dinámicas perturbadoras de la interacción entre los seres humanos. Generalmente se manifiesta por medio de prejuicios, estereotipos y discriminación. El prejuicio y la discriminación son conceptos similares, pero no son lo mismo, por lo que no debemos confundirlos. En Guatemala, la discriminación es penada por la ley, mientras el prejuicio no lo es, aunque como veremos adelante es sumamente dañino y alimenta la discriminación. Por prejuicio se entiende la actitud negativa dirigida a miembros de un grupo social que se aplica de manera generalizada. Es decir, los prejuicios se dirigen a cualquier miembro del grupo social que los sufre sin importar quién sea. Cualquier miembro de ese grupo puede ser sujeto del prejuicio que se ha asignado al grupo. Los dos componentes fundamentales en la definición de prejuicio son “actitud” y “categoría entera”; esto es, el prejuicio es una actitud y no una acción, y el prejuicio se aplica de manera generalizada a quienes pertenecen al grupo prejuiciado. Por ejemplo, el prejuicioso puede tener la creencia de que los miembros de un determinado grupo social o cultural solo pueden llevar a cabo trabajos manuales porque no tienen capacidad para aprender tareas más complejas. Esta creencia le hará calificar categóricamente al grupo en materia laboral, encasillándolo en el estrecho marco de su creencia, y en una situación determinada expresará su opinión sobre una persona que tal vez ni ha tratado ni conoce, descalificándola para un determinado trabajo. Ni siquiera se detendrá a considerar la posibilidad de que aquella persona pueda estar capacitada para llevarlo a cabo. Su opinión simplemente se basará en el hecho de que aquella persona pertenece al grupo que prejuzga. Así, el prejuicio puede acabar colocando en una posición de inferioridad a cualquier miembro del grupo que lo sufre. Ya ha corrido mucho la historia de la joven antropóloga maya kaqchikel que estaba esperando un autobús en una zona residencial de la capital de Guatemala cuando fue abordada por una señora mayor no indígena. —Mijita –le dijo– ¿No querés venir a trabajar a mi casa? Te veo limpita y seria, y yo necesito quien me ayude con la limpieza. Para sorpresa de la señora, la profesional le contestó ofendida: —Si me paga más de lo que gano como antropóloga… Esta anécdota muestra claramente un prejuicio dirigido a las indígenas, por cierto bastante frecuente en Guatemala: la señora mayor y no indígena tenía la creencia de que los trabajos domésticos eran el destino normal de las jóvenes indígenas. No podía imaginar que había indígenas profesionales, menos aún –tal vez– antropólogas. Para ella, cualquier joven indígena era candidata a ser empleada doméstica. El lugar en el que abordó a la joven abonó a la confusión: una zona residencial y la parada de un autobús. La antropóloga vestía su traje local y su presentación seguía las normas de su cultura: no iba maquillada y lucía su pelo largo a la usanza de las mujeres de su pueblo. Definitivamente, la señora contó con los ingredientes que necesitaba su creencia prejuiciosa. Debemos aclarar que no es prejuicio rechazar a una persona porque su conducta es objetable. Es prejuicio el desagrado o la desaprobación generalizados a los miembros de un grupo sin base o conocimiento. Un ejemplo, también citado más de una vez, es el siguiente: en un internado, si una estudiante pide que la cambien de habitación después de varios días de convivencia con su compañera, porque durante ese tiempo esta se ha mostrado desconsiderada con ella, es desordenada, sucia, oye todo el tiempo música a volúmenes altos y hasta muy tarde en la noche, la solicitud de cambio de habitación está bien justificada y el desagrado que siente la estudiante por su compañera no puede calificarse de prejuicio. En este caso, la estudiante no pide cambio de habitación por prejuicio a su compañera, sino porque esta ha sido desconsiderada con ella. Pero si la estudiante pide que la cambien de la habitación asignada al llegar al internado, porque ve en las valijas de su compañera etiquetas que indican que es extranjera o que proviene de un determinado pueblo o lugar, entonces sí está siendo prejuiciosa con su compañera. La solicitud de cambio de habitación no puede justificarse porque no ha tratado a la otra estudiante, ni siquiera ha intentado darle la oportunidad de interactuar con ella y de conocerla. Tiene prejuicios contra las extranjeras o las jóvenes que provienen de tal o cual pueblo o lugar, y por este juicio “previo” –o prejuicio–, por esta creencia infundada, se torna prejuiciosa: sin conocer a la joven, le aplica los rasgos negativos que atribuye a “las extranjeras” o a las provenientes de determinado pueblo o lugar y no quiere convivir con ella en la misma habitación. El prejuicio es muy dañino. Se aprende desde temprana edad. El hogar, la escuela, los medios de comunicación influyen de manera determinante en los prejuicios que va adquiriendo el niño. Sabemos que todo niño se hace pronto consciente de las diferencias, y aprende en el ambiente que lo rodea a considerarlas en forma positiva o en forma negativa. Hace algún tiempo un estudio sobre los libros de texto usados en las escuelas guatemaltecas sacó a la luz la manera prejuiciosa en la que se presentaba a los indígenas tanto en los textos escritos como en las ilustraciones. Por ejemplo, las familias indígenas siempre aparecían como campesinas, realizando trabajos manuales, viviendo en ranchos, lavando la ropa en los ríos, etcétera. No aparecían en ninguna parte, por ejemplo, profesionales indígenas dirigiendo empresas o dictando cátedra en universidades. No debe entenderse que se menosprecian aquí las actividades de la vida campesina, porque todas ellas constituyen trabajos dignos, merecedores de respeto. Lo que quiere decirse es que no todos los indígenas son campesinos y que presentarlos así mueve a prejuicios a los niños que estudian con estos textos escolares. Seguramente arribarán a la conclusión de “indígena igual a campesino” o lo que es peor “un indígena nunca desempeña otro trabajo que no sea de campo”. Los prejuicios se expresan muchas veces por medio de palabras hirientes, burlas, sobrenombres, chistes. No son inofensivos, al contrario, pueden llegar a herir gravemente a las personas y a los grupos, en detrimento de su autoestima. Los prejuicios se manifiestan muchas veces en términos “descalificadores”, pero también de manera “condescendiente”. Por ejemplo, una expresión como “A pesar de ser de tal pueblo, Juan ha sacado buenas notas en la escuela”, o referirse “condescendientemente” a mujeres alabando exageradamente su trabajo en la oficina o en la empresa, como si se tratara de algo extraordinario cuando no es así en realidad porque las tareas que realizan son las mismas que llevan a cabo compañeros hombres, a quienes nunca se alabará por ellas. En la anécdota de la señora mayor no indígena que ofreció trabajo como empleada doméstica a la antropóloga maya kaqchikel, podemos encontrar tratamiento condescendiente en la forma que usó para hablarle: “Mijita”, “te veo limpita y seria”, etcétera. Resulta importante tomar en cuenta que si bien los prejuicios no derivan en acciones consideradas legalmente punibles, inclinan decisiones importantes que pueden afectar todas las dimensiones de la vida social, aun la de la impartición de la justicia, y esto ocurre porque las decisiones se basan por lo general en lo que la gente cree. Para comprender mejor los alcances del prejuicio resulta insuficiente enfocarse solo en la hostilidad que se manifiesta hacia un grupo y sus miembros. Los contenidos de los prejuicios se encuentran en cómo ven los prejuiciosos a sus víctimas, y en cómo construyen en sus mentes generalizaciones basadas en supuestos, porque a partir de estas crean estereotipos negativos. ESTEREOTIPOS NEGATIVOS: OTRO INGREDIENTE DEL RACISMO Los estereotipos pueden definirse como las imágenes que se construyen de un determinado grupo, y que consisten en un conjunto de rasgos exagerados y sin base real, que se aplican indistintamente a cualquier miembro del grupo en cuestión. La palabra estereotipo la acuñó el periodista estadounidense Walter Lippman, definiéndola como “pinturas en nuestras cabezas”. Son, en efecto, las pinturas –más bien “caricaturas”, por lo deformadas– que nos hacemos sobre los miembros de determinado grupo, fruto de criterios generalizados y fundamentados en ideas absolutas y preconcebidas. De ahí, calificaciones como que los miembros de tal o cual grupo “son tercos”, “son ricos”, “son ignorantes”, “son ladrones”. No solamente los grupos dominantes tienen prejuicios y construyen estereotipos negativos en relación con los grupos dominados, pero el peso de sus prejuicios y estereotipos negativos es muy grande y hasta puede impedir que “mentalmente” un miembro del grupo dominado rompa las barreras que se crean para “aprisionarlo” en una determinada caracterización, y actúe contrario al estereotipo. Algunos psicólogos afirman que un individuo con capacidad normal para escuchar, generalmente no escucha más del 30% de lo que dice la persona con quien conversa. El 70% lo supone. Cuanto más se cree conocer al otro, mayor seguridad se tiene en las propias expectativas en cuanto a lo que quiere decir, menos se escucha lo que dice y más productos subjetivos resultan de las propias expectativas y son incorporados en la interpretación. Los prejuicios y los estereotipos negativos son telón de fondo para la imposibilidad de ver y escuchar realmente al que pertenece a un grupo social o cultural que es su víctima. DEL PREJUICIO A LA DISCRIMINACIÓN A diferencia del prejuicio o los estereotipos negativos, la discriminación supone una acción. Es un comportamiento que distingue, excluye, restringe y da o quita preferencia a los miembros de un determinado grupo. La discriminación priva a los miembros del grupo que la sufre, de ciertos derechos, libertades fundamentales y oportunidades. Está íntimamente relacionada con el prejuicio y los estereotipos negativos, de los cuales se nutre. Por ejemplo, si se le niega a una secretaria maya k’iche’ trabajo en una empresa porque viste su traje regional aunque esté capacitada para desempeñarlo, se le está discriminando. La discriminación como fenómeno negativo y generalizado es una manifestación concreta del “racismo”. Es su vertiente activa, que puede ocurrir de manera solapada o abierta. Impone a un grupo social o pueblo –la víctima– un trato diferenciado en diversos aspectos de la vida en sociedad, y actúa como herramienta que lo inferioriza. Actúa como agente destinado a justificar un sistema de desigualdades (étnicas, de género, entre otras), de explotación y de dominación, recreando aquellas diferencias reales o imaginarias en las que se basa un sistema de exclusión. Un caso también bastante conocido porque tuvo presencia en los medios de comunicación es el de la doctora maya k´iche´ a quien no permitieron ingresar a un establecimiento de alimentos porque vestía su traje regional, acerca del cual la seguridad del establecimiento se expresó con desprecio: “No puede ingresar –escuchó atónita la profesional– porque no está vestida apropiadamente”. Cuando ocurre a lo largo de un periodo de tiempo, la discriminación se convierte en “institucionalizada”, como el caso del pago menor a las mujeres por el mismo trabajo hecho por hombres, que ocurre en tantas ocasiones, o el rechazo a puestos de trabajo por razones de la etnia a la que pertenecen personas calificadas y preparadas para desempeñarlos apropiadamente. O el impedimento al acceso a establecimientos públicos, escuelas o universidades a candidatos pertenecientes a tal o cual grupo social que llenan los requisitos académicos para ser admitidos. El caso de un estudiante universitario indígena que fue agredido física y psicológicamente por la seguridad de la institución educativa a la que iba a inscribirse porque les pareció “ajeno al medio” por sus rasgos físicos y vestimenta y lo confundieron con un intruso probable malhechor, ilustra los alcances de las visiones racistas y la discriminación institucionalizada que enturbia densamente el ambiente social. La discriminación es, pues, manifestación de exclusión e inequidad. Cuando las razones de la discriminación se basan en el racismo, como en los ejemplos presentados arriba, se define como la exclusión o preferencia basada en color, linaje, etnia o cultura que tiene como objetivo y/o resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos y de las libertades fundamentales de la persona en cualquier esfera o ámbito de la vida pública. La discriminación opera en dos lógicas: la de la desigualdad y la de la diferencia, las cuales se complementan. Mantiene a grupos y sus integrantes abajo en la estructura laboral, por ejemplo. O permite que los discriminados suban de estatus, pero con menos ganancias por su trabajo. Puede significar segregación pero también interrelación cercana de víctima y victimario, con roles claramente establecidos. Cuando en la Corte de Constitucionalidad miembros de un partido político agredieron a la Doctora Rigoberta Menchú gritándole “Regresá a vender tomates a la Terminal”, para que abandonara el lugar, que es un espacio público que cualquier ciudadano guatemalteco tiene derecho a visitar, los agresores le mandaron que regresara al rol que le tienen asignado a los indígenas: “vendedor de frutas u hortalizas en un mercado público (la Terminal)”, “ciudadano de segunda clase o tal vez persona carente de ciudadanía y por tanto sin derecho a estar en la Corte de Constitucionalidad”. No les importó que la Doctora Menchú fuera Premio Nobel de la Paz, ni Doctora Honoris Causa por varias universidades, ni que sea un personaje reconocido internacionalmente, ni siquiera que fuera ciudadana guatemalteca. Para ellos era una indígena fuera del lugar que según sus creencias debía ocupar. Por supuesto, esta agresión discriminatoria a la Doctora Menchú llegó a los tribunales de justicia y consiguió un veredicto favorable que sentó precedentes para los juicios por discriminación. Penosamente, entre los agresores se encontraban estudiantes universitarios y hasta una ex diputada al Parlamento Centroamericano. Para combatir la discriminación no basta con esfuerzos aislados, porque se trata de un fenómeno muy complejo. Han sido de mucha ayuda juicios como el mencionado de la Doctora Menchú. Asimismo, acciones llevadas a cabo por asociaciones voluntarias organizadas a propósito y, fundamentalmente, las medidas estatales, jurídicas entre otras, que se han establecido para combatirla. Muchas de estas medidas han resultado de presiones sociales. En Estados Unidos, el esfuerzo legislativo más importante fue The Civil Rights Act, promulgada en 1964 (contra discriminación por color y rasgos físicos asociados, credo, origen nacional y sexo). También en Estados Unidos, la política pública de “acción afirmativa” que por décadas ha fijado cuotas de participación de miembros de los grupos “inferiorizados” (o “minorizados”, pues no son inferiores ni menores) ha resultado un ejemplo claro de combate a la discriminación negativa e institucionalizada. En síntesis, el “racismo” es una pérdida de las posibilidades de interacción positiva y constructiva entre grupos humanos. Es una perversión de las relaciones sociales, una forma degradada y degradante de relacionarse, interactuar y comunicarse. Para combatirlo, hay que luchar contra sus manifestaciones: prejuicios y estereotipos negativos y discriminación.

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