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Dìa de los Santos en Santa Ana Huista, Huehuetenango 12

Dìa de los Santos en Santa Ana Huista, Huehuetenango 12

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Autor Invitado: Elder Exvedi Morales Mèrida

 

-Esa cruz que ven en medio del cementerio, es la llamada “Cruz Grande”. Miren, esa señora la adorna y se adorna en memoria de todos aquellos difuntos que están en otro camposanto  o por aquellos que no descansan en un cementerio, como mi compadre  que secuestraron y mataron y que jamás hallamos su cuerpo-, dice tío Chema.

Ahora toma la palabra Juan de Dios:

-Cuando yo era un ixtío, mi abuelo me contaba que aquí habían pasado cosas extrañas, como la historia de aquellos enamorados.

-Imagino que te referís a aquellos patojos enamorados-, interrumpe tío Chema.

-Esa historia es cashé, pero da miedo-, comenta Pedro Ixim.

-Es tuanis. Cuéntela tío Chema-, solicita Juan Huista.

-Aquí, como en otros cementerios, han pasado cosas raras-, revela tío Chema, mientras desnuda con la mirada, a dos hermosas señoritas que leen la lápida del poeta extranjero en su propio pueblo…

Después de lograr su cometido…, de los labios del legendario santaneco, brota magistralmente la leyenda:

-Bueno, resulta que unos  patojos que estaban bien colgados, decidieron casarse…

Seis  días faltaban para la boda. Las invitaciones ya se habían hecho, y el sacerdote de Jacaltenango  ya estaba apalabrado y vendría a oficiar la ceremonia.

El casamiento estaba en boca de todos. Hay casorio muchá, decían en todas partes. Y es que en estos pueblos, todo se sabe muy rápido. Y como en bodas, cumpleaños, posaditas y en cualquier chonguengue, todos se van de colada.  Qué tu invitación ni qué ocho cuartos.

Esperaba la gente un fiestón pues, con tamales y cusha, y desde luego, música de marimba.

Se comentaba que estaría la marimba de don Gumersindo Palacios Flores. Y otros tigüileros que vendría Chapinlandia.  Puras babosadas muchá, pues el tata del patojo apenas tenía pisto. Al final, iba a tocar  la marimba de don Goyo Vicente, buena marimba, eso sí.

El vestido de novia se lo encargaron a una de las mejores costureras del pueblo, doña Lida.

Tres días antes estaba terminado. La patoja  lo recibió recontenta, se lo probó y lo guardó en un cofre.

Un día después de haber recibido el vestido, enfermó. Se puso remal la pobre güira. Como de costumbre, fueron a la farmacia “Mesofil”, propiedad de don Filomeno Hernández Domínguez, secretario municipal;  y a los curanderos.

Las medicinas y las curas que le dieron no le sirvieron en nada. Nomás gastaron su pistío. Se puso peor. Y ni modo: la boda se suspendió, para más adelante, para cuando la patoja estuviera bien. Asegún ellos.

 

Pasó el tiempo, y nada. La pobre estaba cada vez más jodida. Y el traido estaba muriendo de tristeza.  Pero a pesar de todo, seguían con la ilusión de casarse.

-Te vas a poner bien-, le decía el pobre güiro.

Y ella no dejaba de chillar.

Por supuesto que los padres de la chamaca no  se quedaron con los brazos cruzados. Vendieron el terrenito, los dos coches, la cabra, el burro y todo lo que tenían, con tal de que se curara.  Hacían todo lo que les aconsejaban, con decirles que le dieron leche de burra, miados de angurria,  caldo de zope y la chilqueban,  pero nada. Mandaron a traer a un famoso curandero de Comalapa, y nada. Sepa tata Dios qué tenía la patoja.

En el pueblo se chismoseaba de un trabajito o de brujería. De la venganza de una patoja despechada que quería al traido.

El pobre novio no dormía por velar, no trabajaba, no comía, no  hacía nada más que estar con ella día y noche.

—Buscate otra mujer-, decía ella.

-Comé será vos, cómo vas a creer semejante cosa-, respondía él.

Y  la muchachita no mejoraba, cada día estaba peor. Desmejorada, demacrada, sin fuerzas, que no se podía parar. De una vez la pobre.  Las canillas parecían chucules o chiriviscos. La verdad es que todos nos sentimos muy tristes porque los patojos se querían mucho y no era justo cómo la vida los trataba.

Una noche, ella le dijo:

—Quiero que me vistás con mi traje de novia. Hacete la volada, ahora que todavía estoy viva.

—No hablés así, que se oye feo. Ya te vas a poner buena.

—Por favor, hacelo, si es que me querés todavía.

—Está bueno pué

El joven sacó del cofre el traje blanco. Desvistió a la novia y el escuálido cuerpo lo aterró. Aquel cuerpo sensual, bello y chulo, había desaparecido.  Parecía momia la pobre. Sus chiches aguadas de una vez, como jícaras mulcatías. Parecía cuerpo de una viejita de  noventa años.

La vistió.

También pidió que la peinara, que le echara vaselina en el pelo; que le pintara los labios y los cachetes, y que le echara su loción de siete machos. Y el novio le cumplió su deseo.

— ¿Cómo me veo? ¿Estoy bonita?—, preguntó.

—Sí, estás rechula —mintió él.

—Dame un beso —pidió ella.

Después del beso, se acostó y él la tapó con un poncho de esos que vienen a vender desde Momostenango cuando es Cuarto Viernes  de Cuaresma.

Ella cerró sus ojos, dos lágrimas se deslizaron por sus mejillas,  y en sus labios se dibujó una sonrisa. Y de pronto, la latidera de la chuchada asustó a todo el pueblo, y una mariposa negra se paró en la frente de la patoja.

—Despertá—le ordenó él.

Pero ella ya jamás despertó. Se murió la pobre patoja.

Fue muy triste. Hubieran visto el gentío que llegó al velorio y al entierro.  Y es que para todo somos shutes, noveleros…

-Con razón, el maldito búho estuvo cantando durante muchas noches-, dijo su madre.

El tiempo pasó.

Después de la muerte de la patoja, él se puso a chupar día y noche, como si el guaro se fuera a terminar, y se mantenía casi todo el tiempo en el cementerio, donde dormía.  Se volvió charamilero.

Sí, así como lo oyen ustedes: por las noches se iba a dormir sobre la tumba de su traida.

Los familiares del muchacho hicieron cuanto pudieron, pero de nada sirvió.

Y cada día los chismes sobre el patojo. Decían las viejas argüenderas que por las noches la difunta salía de la tumba y que mantenía relaciones sexuales.

-Yo los he visto desnudos sobre el panteón haciendo sus cochinadas- repetía una chismosa.

Todos los días, anocheciendo, después de vagar por el pueblo, el pobre patojo se iba rumbo al cementerio.

Pero un día, ya no apareció en el pueblo, y alarmados, lo fueron a buscar al camposanto. Tremendo susto se llevaron cuando encontraron dos esqueletos abrazados sobre el panteón de la muchacha.

Un esqueleto estaba vestido con un traje de novia, y el otro, con la ropa sucia, vieja  y rota, como la que usan los charamileros…

 

-Muy interesante-dice John, mientras anota en su libreta.

-Púchicas, ya me dio miedo muchá-, confiesa Pedro Ixim.

-Pitudo sos vos Pedro-, bromea tío Chema.

-Cheque, diría yo-, se mofa John.

Y Juan Huista propone: Mandemos a la chingada al miedo con otros tragos de comiteco.

-Que role el comiteco pué-, insinúa Pedro Ixim.

Y siguen consumiendo licor.

 

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