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Reflexiones de un poeta maya – “K’o jun kinrayij kinbij, xa ne k’ut pa ri nutzijobalil” (Pido la palabra la quiero en mi propia lengua

Reflexiones de un poeta maya – “K’o jun kinrayij kinbij, xa ne k’ut pa ri nutzijobalil” (Pido la palabra la quiero en mi propia lengua

reportajeCentral 

Autor invitado: Humberto Ak’abal

 

Hablar de una literatura indígena en Guatemala, es difícil, y no me refiero solo al hecho de lo difícil que es publicar, ni a lo difícil que es incursionar en un medio racista y clasista como el nuestro, o, a la falta de cultura de lector (aparte que en los pueblos indígenas es donde se encuentra el mayor analfabetismo del país). Sino, más bien, me refiero al amor por el idioma de nuestros ancestros, a la pasión y el interés que debiera de despertar el uso de nuestras lenguas mayas.

Tristemente, el campo es desolador, no ocurre nada, la creación literaria en lenguas indígenas es escasa, no se han exprimido, no se ha aprovechado sus posibilidades. Somos una generación privilegiada, herederos de una cultura milenaria y testigos de los cambios en la ciencia, las artes, la tecnología.

Todo esto, según mi punto de vista, nos da la oportunidad de aportar nuestra visión de mundo a partir de un texto que quede como recuerdo de la grandeza de una lengua maya en pleno cambio del 13 Baktún. Sin embargo, no se ve que esto ocurra. No hay planteamientos de cómo el entorno y el medio puede influir en uno, en su creación literaria. Mi temor es que cada vez hay menos conocimiento y menos uso de nuestros idiomas mayas —aunque parezca contradictorio que cada día se hable más de ellos—.

Y para colmo, el Estado ha mantenido lo que comenzó hace 500 años y que luego fue acentuado durante la colonia, y es el hecho de que directamente estamos obligados a pensar en una sola lengua, el español, que es el idioma oficial de Guatemala.

¿Tiene algún futuro la literatura indígena? Es muy aventurado hacer anticipaciones. Me atengo a algunas experiencias del presente. Algunos jóvenes han perdido su lengua materna aunque son hijos de padres indígenas y estos mismos jóvenes se identifican como mayas; sin embargo, la distancia con su lengua materna no les favorece.

Entre algunas razones por las que han perdido su idioma está la inmigración de sus padres a las ciudades, o a otros países en busca de fuentes de trabajo; han nacido en otro ambiente y en medio de una realidad que les exige como lengua de comunicación el castellano u otro idioma; otra razón es el monolingüismo de las escuelas porque no hay apoyo del estado para implantar programas de educación que dignifiquen la lengua nativa de la población; también inciden el racismo, los dogmas religiosos y la sociedad de consumo que contribuye a sepultar la lengua materna. El menosprecio por los valores culturales y lingüísticos, igualmente ha afectado: muchos inconscientemente están desarraigados de sus comunidades, me refiero a la generación actual.

 

Escritores indígenas

En Guatemala hemos tenido la discusión de quién es un escritor indígena, si el que usa su lengua materna en su creación o el que se reconoce como tal y escribe en castellano. De esa cuenta ha surgido la idea de llamar a algunos como “escritores indígenas de expresión castellana” y que no necesariamente tiene que escribir en su lengua materna para llamarse escritor indígena. Y como no hay efervescencia de escritores indígenas en su lengua materna, pues, uno se queda solo.

 

Raíces para poder florecer

Necesariamente debo mencionar la riqueza que nos legaron nuestros ancestros y me refiero a los grandes libros como Popol Wuj, el Memorial de Sololá, El Título de los Señores de Totonicapán, el Rabinal Achí, el Ajpop Witzitzil Tz’unun, Los Cantares de Dzitbalché, El Chilam Balam de Chumayel y otros. Es poco, comparándolo con otras culturas, sin embargo es suficiente para mantenernos conectados con nuestro pasado, lo que debiera ser motivo para disfrutarlos plenamente.

Pero, en las escuelas no se incentiva su lectura, no hay interés de riqueza cultural, no sienten la necesidad de buscarse así mismos en sus mitos, costumbres, historia, leyendas; es difícil encontrar a alguien que lea o haya leído estos libros.

Nuestros antepasados tenían en alta estima el arte de hablar; el Popol Wuj nos recuerda que, entre otros, estaba el “Dios-Dual de la Palabra”: Jun Batz’ y Jun Chowen. Esto pudiera sonar banal dado a que muchos ya no tienen ninguna relación con la espiritualidad de nuestros abuelos, ni con su mitología y sin embargo —y sin ánimo de polemizar— como cultura general, creo que es importante considerar este aspecto.

Aparte de esto, los escritos, los libros que contienen los testimonios de las masacres y la persecución de que fueron objeto nuestros hermanos en la recién pasada guerra interna, no son conocidos por la generación presente ni se impulsa su lectura en las escuelas; en otras palabras, hay una ignorancia de la historia reciente entre la niñez y en la juventud de nuestros días.

Ni el Ministerio de Educación hace nada para promover este conocimiento entre los educandos, ni los maestros lo impulsan por iniciativa propia.

Así que, sin conocer nuestra historia lejana ni nuestra historia reciente ¿cómo se pueden tener elementos de juicio, puntos de reflexión, fundamentos de opinión o de elección? Y por supuesto que, directa o indirectamente, esto nos mantiene ciegos —metafóricamente hablando—; así que, no vemos el valor de tener una identidad. De allí que no haya escritores indígenas que canten el orgullo de sus orígenes.

No pretendo que lo que se escriba venga a ser una revolución —ojalá así fuera—, pero, por lo menos que sea algo que venga a abrir el idioma español en direcciones que no se han tocado.

Hacer el ejercicio de traducción de una lengua maya al español requiere recrear, rehacer y hacer, usar con disciplina la libertad de los idiomas, eso sería un gran paso.

Al margen de lo dicho, el aliento de la tradición oral aún se respira en el área rural, sobre todo entre las personas de edad madura, entre los ancianos Ajq’ij —guías espirituales, veladores del culto al tiempo—, que, aunque analfabetas en el sentido castellano del término, sí conocen nuestra mitología. Los dioses están presentes en los diferentes ritos que se celebran en las fechas que marcan los calendarios, todos ellos popolwújicos. Aunque en la mayoría de los casos hay evidente presencia sincrética, dada la imposición que hizo la Iglesia Católica de sus dogmas durante 500 años, aún no ha podido borrar del todo la invocación que se hace al Corazón del Cielo y Corazón de la Tierra, a los nawales, a los dioses protectores, es decir que a pesar del sincretismo, debajo corre el río subterráneo que remite a la mitología maya del Popol Wuj.

Y algo muy importante, entre estas personas también los hay quienes tienen un manejo florido de nuestras lenguas mayas, son pocos y son verdaderos poetas orales sin que tengan conciencia de ello. Así que, la poesía se mantiene viva, y no está escrita porque no es esa su intención; aquí, el rito, la concentración, la ceremonia en sí, es lo que provoca la inspiración… De todos ellos ninguno es “letrado”, en general son campesinos, monolingües maya hablantes. Los nombres de ellos no figuran en ninguna parte.

 

Florecer

No quisiera ser pesimista ni escéptico con relación al futuro: creo en el llamado de la sangre frente al caos que nos rodea, creo en la necesidad del oxígeno cultural, estamos llegando a un punto de asfixia por lo que muchos sentirán la necesidad de volver los ojos a sus raíces. No serán todos, pero confío en que habrá unos pocos. No se puede ser nadie todo el tiempo.

De un momento a otro brotará la flor de la palabra en algún corazón novel, y quizá ya esté germinando esa flor en el peñasco del alma de alguien a quien no hemos visto.

Así ha sido siempre el milagro de la poesía, así ha sido el milagro de la palabra. Yo creo que mientras una lengua esté viva florecerá…

 

Autor traducido a 10 idiomas

Humberto Ak’abal (1952) nació en Momostenango, Totonicapán, en donde aún reside. Es un poeta de la etnia maya k’iche’ que piensa y escribe en su idioma y a partir de ello traslada sus ideas al español.

Sus obras han sido traducidas a idiomas como inglés, alemán, francés, italiano, portugués, árabe, escocés, húngaro y hebreo.

Pocos saben que en la década 1980 trabajó como barrendero en una bodega de la zona 13, pero dedicaba sus ratos libres a leer y empezó a trazar sus primeros versos, caracterizados por su brevedad, sencillez y profundo sentido de comunión con la naturaleza.

En 1990 se publicó su primer poemario, El animalero (1990), que tuvo un éxito inusitado. Su segunda propuesta, Guardián de la caída de agua (1993), tuvo una excelente recepción y le empezó a abrir puertas en otras latitudes.

En 1995 viajó a México, donde primero publicó la breve colección Hojas del árbol pajarero y, más tarde, Retoño salvaje (1997).

En 1996 se publicó una antología de su poesía en k’iche’ y español: Tejedor de palabras. En 1998 se dio una segunda edición especial, patrocinada por la Unesco y que fue presentada en el Instituto de Cultura Hispánica de la Ciudad de Guatemala por el escritor Mario Monteforte Toledo.

Publicó otras colecciones de poesía como Lluvia de luna en la cipresalada (1996), Hojas solo hojas (1996) y Los cinco puntos cardinales (Colombia 1998).

Otros títulos son: Desnuda como la primera vez, Con los ojos después del mar; Gaviota y sueño: Venezia es un barco de piedra; Ovillo de seda, Detrás de las golondrinas y Kamoyoyik (Oscureciendo).

Además, Remiendo de media luna, Raqon chi’aj-Grito, Las Palabras Crecen y Poeta.

En el 2003 declinó recibir el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias.

Ak’abal es el escritor maya guatemalteco más difundido de la actualidad y es invitado a encuentros académicos y festivales de poesía, en Europa, Estados Unidos y Sudamérica.

 

 

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