cèlula
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Herencia y Esperanza: una reflexión sobre el cuerpo que somos
Dicen que nacemos con una herencia invisible, un mapa antiguo tejido en silencio por quienes nos precedieron. En cada célula, una historia; en cada gen, un susurro del pasado.
Nuestro sistema inmunológico —ese ejército silencioso que nos protege— también carga con memorias que no elegimos: predisposiciones, fortalezas, fragilidades.
Pero no somos solo herencia.
Somos también lo que respiramos, lo que comemos, lo que sentimos.
Somos las risas que nos sanan, el abrazo que calma, el descanso que repara.
Somos decisiones pequeñas que, día a día, escriben nuevas páginas sobre ese mapa antiguo.
No hay culpa en la sangre.
Nuestros padres, como nosotros, hicieron lo que pudieron con lo que sabían, con lo que tenían.
Y si alguna vez fallaron, también nos legaron la posibilidad de hacerlo distinto.
Porque la biología no es destino, sino punto de partida.
Y en ese viaje, cada gesto de cuidado —una caminata al sol, una comida compartida,
una palabra amable es una semilla de salud que puede florecer incluso en terrenos difíciles.
Así que no miremos atrás con reproche, sino con compasión.
Y miremos hacia adelante con ternura, sabiendo que cada día es una oportunidad
de sanar un poco más, de vivir un poco mejor,
de honrar lo que heredamos… y transformarlo.

